BCCCAP00000000000000000000764

Acerca del motivo por el que Johann Dekkers se lanzó a esta aventura, dice Mendieta que Cortés lo llevó consigo por el gran aprecio en que le tenía. Por su parte, Bernal Díaz del Castillo, que fue uno de los expedicionarios y a quien debemos un detallado in– forme de aquel desventurado viaje, dice que Cortés se hizo acom– pañar de los dos franciscanos flamencos por ser éstos grandes teó– logos. Más o menos forzado o de su propia voluntad, con el propó– sito de servir de capellán o de evangelizar como apóstol itinerante, lo cierto es que Johann Dekkers marchó rumbo a las Hibueras cos– quilleándole el alma la viva sensación de que ya se había liberado definitivamente del mundo de las teorías y de las abstracciones y se había metido, de pies a cabeza, en la cruda realidad de la vida. Cuando la expedición se puso en camino ofrecía tal aspecto, entre brillante y pintoresco, que no se sabía si Hernán Cortés ha– bía organizado una marcha triunfal o un desfile de circo. Junto a Cortés marchaban Guatemuz o Cuauhtémoc -el gran jefe guerre– ro de los aztecas-, caciques de alto rango, caballeros y capitanes, doscientos cincuenta soldados, ciento treinta jinetes, tres mil indios armados, amén de numerosos ballesteros. Pero, junto a la flor y nata de su poderío militar, Cortés llevaba también camareros y pajes portando vajilla de oro y plata, seguidos de alconeros y músi– cos, tocadores de chirimías, sacabuches y dulzainas, volatineros y prestidigitadores. Allí iba doña Marina, la famosa Malinche -la cual, por cierto, se casó con Juan Jaramillo durante la expedición, cerca de Orizaba- y, renqueando, un tal Hernán López de Avila, que estaba "tullido de bubas", y no lejos de él, Pedro de Ircio, que era paticorto "y no era para andar, sino para mucho hablar". Ce– rraba la comitiva una gran manada de puercos. En los pueblos por donde pasaban los expedicionarios eran re– cibidos con arcos triunfales, fiestas, emboscadas de moros y cristia– nos y otros grandes regocijos y juegos. En cada poblado se les iban uniendo soldados, aventureros y gente de medio pelo. Guazacualco, donde los antiguos compañeros de armas de Her– nán Cortés -entre ellos Bernal Díaz del Castillo- descansaban de sus pasadas fatigas, quedó despoblado, porque "por fuerza los hacía ir" Cortés en su comitiva y "no le osábamos decir que no". Y la expedición, impulsada como por una imperiosa locura, si– guió su desastrado rumbo hacia Copilco y Zaguatán, hacia los pan– tanos de Tabasco y las selvas de Usumacinta. A pesar del mapa que, dibujado en un paño de henequén, llevaba Cortés para orientarse en su marcha, pronto se vieron perdidos y con hambre, pues los guías habían huido. Yerbas y raíces eran su único alimento. La gente comenzó a murmurar y Cortés "quería reventar de enojo". El vol- 114

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz