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Entrada de Hernán Cortés y de sus aliados tlaxcaltecas en la ciudad de México {Lienzo de Tlaxcala). Un ruido ensordecedor en– volvió la ciudad, noche y día, a lo largo de todo el cerco. "Los gri– tos y voces de los capitanes meji– canos apercibiendo los escua– drones y guerreros... y otros lla– mando a los de las canoas... y otros en hincar palizadas y abrir y ahondar las aberturas de agua y puentes y en hacer albarradas, otros en aderezar vara y flecha... , y los malditos atambores y cor– netas y atabales dolorosos nunca paraban de sonar". Al final de la batalla, la ciu– dad entera estaba materialmen– te cubierta de cadáveres. Bernal no exagera: "Digo, que juro, amén, que todas las casas y bar– bacoas de la laguna estaban llenas de cabezas y cuerpos muertos... y no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muer– tos... y hedía tanto que no había hombre que lo pudiese sufrir". Los sobrevivientes abandonaron la ciudad "tan flacos y amari– llos y sucios y hediondos, que era lástima de los ver... y lo que pur– gaban de sus cuerpos era una suciedad como echan los puercos fla– cos que no comen sino hierba; y hallóse toda la ciudad como arac;la y sacadas las raíces de las hierbas que habían comido, y cocidas hasta las cortezas de algunos árboles". La victoria, o mejor dicho, la hecatombe se celebró con un ban– quete orgiástico, que mereció la crítica del sincero y noble Bernal Díaz del Castillo. Melgarejo salió hacia la Península en el año 1523, el mismo en el que llegaron a México Johann Dekkers y sus compañeros flamen– cos. Diego Altamirano permaneció en Nueva España hasta 1526, de modo que fue enlace e informador tanto de los frailes flamencos como de los doce Apóstoles franciscanos, que arribaron en 1524. Las experiencias vividas por los dos capellanes durante el cer– co de México tuvieron que sacudir necesariamente la sensibilidad del teólogo y moralista Johann Dekkers. A la luz de las descripcio– nes y comentarios de los dos frailes capellanes, vio más claro que nunca que se abría un abismo insalvable entre su anterior vida de profesor de teología escolástica, de ordenador de un mundo de ver– dades abstractas, principios intangibles y sutilezas formalistas, y aquel mundo de sangre y ruina, de muerte y desolación, que era 111
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