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comido los dichos caribes; ansimesmo falló dos libros de Vita Chris– ti Cartujano de los dichos frailes e otros libros e un misal". Los dos franciscanos del convento de Cubagua martirizados por los caribes en las costas de Venezuela eran fray Hernando de Salcedo y fran Diego Botello. Rodrigo de Niebla pudo haber terminado su relato con esta o parecida reflexión: "Mientras nosotros, en nuestras pesquerías, da– mos muerte a los indios, estos hijos de san Francisco han prefe– rido morir por ellos". El testimonio de los mártires arrojaba una cruda luz acusadora, pero más pudo el brillo de las perlas, y Cuba– gua prosiguió en su política esclavista de siempre, contentándose con organizar, a raíz del martirio de los frailes, una batida contra los indios caribes en castigo de su fechoría. Otro de los religiosos de Cubagua que selló con su propia san– gre su vida misionera fue fray Andrés de Valdés. Amigo de cronis– tas y poetas (Oviedo le llamó "mi cognoscido" y Juan de Caste– llanos, no sin su punto de ternura, "mi buen amigo"); entusiasta de– fensor del ensayo franciscano de la conquista pacífica de los indios en Cumaná; activo durante medio siglo en cuanta iniciativa tuvo la Orden en el Caribe; superior del convento de Darién, fue morador de Cubagua en 1528 y en 1540. De Cubagua pasó a la isla Marga– rita y allí, en el año 1560, fue asesinado por el tirano Lope de Agui– rre. Juan de Castellanos lloró su muerte en sentidos versos: "Fray Andrés de Valdés, mi buen amigo, no se libró de los mortales daños, pues uno fue de tres frailes que digo, cargado de vejez y largos años. De pobres peregrinos gran abrigo, ajeno de cautelas y de engaños, y así dolió su mal acabamiento sin osarse mostrar el sentimiento". Cuando el venerable religioso vio al sicario avanzar contra él espada en mano, se acordó, quizás, de cómo, una treintena de años antes, se había enfrentado en el convento de Cubagua con otro ase– sino, con Pedro de Barrionuevo... fray Andrés de Valdés ofreció su pecho al frío acero con la conciencia tranquila. El, al igual que sus compañeros de Cubagua fray Antonio de Bilbao, fray Agustín de Mayorga, fray Esteban de Aurelia, había hecho lo posible para en– derezar los muchos entuertos de la isla de las perlas, aunque inú– tilmente. Este fue el sino de los frailes de Cubagua, doloroso y desespe– rante: gritar la verdad y la justicia con los labios y la sangre, llegar hasta el extremo del martirio, y comprobar luego que apenas se ha– bía logrado cambiar nada, y todo debido a aquella ley, intuida, sin 104

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