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Testimonios de una ejemplar historia En 1524, franciscanos expulsados de Cumaná fundan un pe– queño convento en Nueva Cádiz. Allí permanecen hasta la destruc– ción de la ciudad, en 1541. El tiempo, huracán que arrasa y revuel– ve todo, sólo ha respetado unos pocos restos del convento -rui– nas, un escudo de la Orden esculpido en piedra, dibujos hechos con grafito- y algunos testimonios sobre la labor social realizada por sus moradores, tres de los cuales escribieron sus nombres con san– gre de martirio. Los franciscanos de Cubagua no se contentaron con rezar Mai– tines, sino que se metieron de lleno en la airada historia de la peque– ña isla y en los pleitos, contiendas y problemas laborales en que abun– dó la corta pero agitada vida social de Nueva Cádiz. El convento de San Francisco fue asilo de los perseguidos por la justicia -en él se acogió a sagrado Pedro de Barrionuevo des– pués de haber asesinado al tendero y regidor Martín Alonso Alemán, el de los chapines de oro... - y punto de encuentro de desaveni– dos. En el claustro del pequeño monasterio se formalizó una difícil concordia entre Jerónimo de Ortal y las autoridades de la ciudad. Es– tas recurrieron de nuevo al padre Guardián cuando, en 1533, plei– tearon sobre las condiciones en que se debían cobrar los diezmos. Para mejorar la situación de los pescadores de perlas, los fran– ciscanos de Nueva Cádiz recurrieron a todos los medios que esta– ban a su alcance. Enviaron a la Corte un extenso informe, al que el rey contestó con una Cédula en 1535. Para aminorar abusos, lo– graron que el infamante hierro de marcar esclavos se guardara ba– jo tres llaves y que una de ellas estuviera bajo la custodia del padre Guardián. Obtuvieron también que éste formara parte del tribunal al que acudían los mercaderes en sus querellas contra los pescadores de perlas. Gracias a las gestiones de los franciscanos, se legisló que nadie pudiera sacar de Cubagua indios o negros sin haber declara– do éstos que iban de su grado y no por fuerza. En el mes de julio de 1534 tuvo lugar un suceso que conmo– vió a todo el vecindario de Nueva Cádiz. Lo narró, con el huelgo entrecortado por la emoción y por los sobresaltos del viaje que aca– baba de hacer, un tal Rodrigo de Niebla, testigo de los hechos. Rodrigo contó que, estando él en la fortaleza de Cumaná, ha– bía visto pasar "ciertas piraguas de caribes e que tocaron trompetas e que iban con mucha alegría e regocijo e que levantaron en alto, a manera de escarnio, un hábito" de frailes franciscanos. Yque sospe– chando él que aquellos caribes habían dado muerte a los dos frai– les del convento de Cubagua que habían viajado con él a Cumaná para misionar entre los indígenas, "se embarcó en una canoa de tablas e vino por la costa de la mar e vio tres indios que los habían 103

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