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caderes -confiesa un documento de la época- hicieron muchas ca– noas, vista la ganancia tan grande, como bergantines, e si no las traían llenas mataban los indios a azotes... Y toda la cría que venía pegada en las ostias grandes echábanla entera, por manera que la cría se moría". Perlas y lujo a precio de sangre Gracias a las perlas, la burguesía de Nueva Cádiz conoció un fugaz y engañoso período de fausto y refinamiento. Es elocuente al respecto la lista de los artículos que vendía en su tienda un tal Mar– tín Alonso Alemán: camisas de holanda, zaragüelles de presilla, cal– zas guarnecidas de terciopelo, pantuflas de cuero, chapines dorados, manos de papel, redomillas de aguadeolores... En la lejana Europa, el nombre de Cubagua hacía soñar en un maravilloso mundo de fáciles riquezas y alucinantes escenas de vida regalada, como el que Alessandro Allori, pintor italiano nacido en aquellos mismos años, plasmó en su célebre cuadro titulado "La pesca de las perlas", donde galantes efebos coronan con sartales de aljófar a sonrientes madonnas que nadan en un mar de aguas trasparentes, de un difícil tono perlino... Un perfecto cuadro, una perfecta mentira. El verdadero cuadro de la pesca de las perlas de Cubagua no fue pintado por Alessandro Allori, sino por fray Bar– tolomé de Las Casas: "Métenlos en la mar -escribió refiriéndose a los indios esclavos de Cubagua- en tres y en cuatro e cinco bra– zas de hondo, desde la mañana hasta que se pone el sol; están siem– pre debajo del agua nadando, sin resuello, arrancando las ostras donde se crían las perlas. Salen con unas redecillas llenas dellas a lo alto, a resollar, donde está un verdugo español en una canoa o barquillo, e si se tardan en descansar les da de puñadas y por los cabellos los echa al agua para que tornen a pescar". Por si el testimonio de Las Casas pudiera parecer exagerado, hay otros no menos recios. El año 1540, con ocasión de un viaje que realizó por las costas de Venezuela, el obispo de Santa Marta hizo constar que los pescadores de perlas de Cubagua "nunca salen jamás del agua o de la cárcel". (Llamaban cárcel a un cuarto donde los esclavos dormían "encerrados debaxo de llave"). Dos años después, una real orden confesaba sin rebozo que la pesquería en los ostiales se había llevado a cabo "sin la buena or– den que convenía y se han seguido muertes de muchos indios y negros". A los esclavos de Cubagua se les marcaba la piel con un hie– rro candente. Como se ve, las mismas perlas "adornaban" de forma muy distinta la piel de los esclavos que las pescaban y la piel de las damas que las lucían... 102
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