BCCCAP00000000000000000000764

Los últimos jirones de una dorada utopía Tras la tormenta, fray Juan Garceto, quien, para impedir en lo posible los extremos de la guerra, había acompañado a Gonzalo de Ocampo en su expedición, logró establecerse de nuevo en Cumaná con algunos de sus misioneros. Bartolomé de Las Casas se les unió en el verano de 1521, pero sin sus pintorescos labriegos, quienes habían desertado miserablemente y escapado a Cubagua, atraídos por el brillo de las perlas. Solos y maltrechos, los franciscanos y el futuro dominico se asieron a los últimos jirones de sus doradas es– peranzas. El mismo Las Casas cuenta con emoción el cordial y en– tusiasta recibimiento que le hicieron los frailes. "Estos _religiosos -escribe-, como vieron al clérigo Las Casas con la prosperidad que parecía traer y buen recaudo para la conversión de los indios, hu– bieron alegría inestimable; saliéronle a recibir con Te Deum lauda– mus, diciendo Benedictus qui venit in nomine Domini; y él con ellos dio muchas gracias a nuestro Señor Dios de hallarlos". Pero ya la nave se iba hundiendo. Los corredores de esclavos seguían cazando indios "sin fazer cuenta del dicho Casas". Este tuvo que ausentarse. En 1522 se sublevaron de nuevo los indios, esta vez con más odio y sed de sangre que el año anterior. Saquearon el bo– hío que había levantado Las Casas, prendieron fuego al monasterio de los franciscanos, talaron su huerta, ultimaron a golpes de macana al pobre mulito que movía la noria, hicieron añicos las campanas, despedazaron un gran crucifijo y esparcieron por caminos y vere– das sus brazos, piernas y torso para escarmiento de cristianos y pa– ganos. Los frailes pudieron huir de nuevo a Cubagua, pero un tal fray Dionisia, quien, por turbación o despiste, quedó en tierra, fue martirizado cruelmente, y uno de sus verdugos, de apellido Ortega, recorrió la comarca vestido con el hábito ensangrentado del mártir en señal de victoria y escarnio. El contraataque de los españoles no se hizo esperar. A fines de 1522 el capitán Jácome de Castellón aplastó el levantamiento "e cautivó e prendió cantidad de indios culpados" y, como colofón de su triunfo, mandó construir "un castillo fuerte de cal y canto con muy buen aposento y una torre", el de San Antonio de Cumaná. De esa forma se cerró un capítulo que pudo haber sido ejem– plar y luminoso en la historia de América y que, sin embargo, que– dó reducido a un bello sueño ahogado en sangre. Los fuertes muros y las airosas garitas del Castillo de San An– tonio, visitados hoy por miles de turistas, hacen fruncir el ceño del que conoce la historia que ocultan, y ante sus adustos sillares uno se pregunta por qué, en la lucha que libran la conciencia de los dé– biles y el interés de los poderosos, la fuerza puede más que el de– recho, y por qué la larga utopía de la paz, en la que siempre han 99

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz