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La reacción de los indios no se hizo esperar. En septiembre de 1520 se sublevaron los de Santa Fe y asesinaron a dos frailes do– minicos. Al mes siguiente se alzaron también los de Cumaná, y los franciscanos tuvieron que retirarse a la isla de Cubagua. "En un mismo día -escribe Oviedo- los indios de Cumaná y los de Cariaco y los de Chichiriviche y de Maracapana y de Tecarias y de Neveri y de Unari, vencidos de su propia malicia y porque se sentían im– portunados de los cristianos en los rescates de los esclavos que de ellos procuraban de haber para hacerlos pescar perlas... se rebela– ron, y en especial en la provincia de Maracapana mataron hasta ochenta cristianos españoles en poco más tiempo de un mes". Y así se desató la espiral de la violencia con su dinámica de siempre: el abuso del poderoso suscita la reacción del débil, y esta reacción da pie a que el poderoso pueda "justificar" la destrucción del débil. La Colonia, en efecto, movilizó de inmediato su maquinaria bé– lica y, en enero de 1521, puso al capitán Gonzalo de Ocampo al frente de doscientos cuarenta y seis hombres, distribuidos en seis naves. Cuando Ocampo estaba ya para levar anclas rumbo a Cuma– ná, llegó de España Bartolomé de Las Casas al frente de su visto– so ejército de campesinos. Si ya al salir de España aquel original tropel desarmado del reino de la Utopía había provocado las burlas de los poderosos -un cronista los vio "con muchas plumas en las gorras coloradas y el padre reverendo en medio de ellos"-, podemos imaginar la reacción de Gonzalo de Ocampo. El guerrero y el paci– fista se enfrentaron en Puerto Rico. Aquel encuentro, que ponía en escena dos concepciones antagónicas del derecho de gentes, fue des– crito así por el cronista Herrera: "Presentóle el licenciado Casas sus Provisiones reales; requirióle que no pasase de allí para la Tierra Firme, pues él llevaba encomendada por el rey aquella parte adon– de iba a hacer la guerra; y que si aquella gente estaba alzada, a él com– petía atraerla y asegurarla. Gonzalo de Ocampo, que era graciocísi– mo, dijo algunos dichos facetos a Bartolomé de Las Casas amiga– blemente sobre la comisión que llevaba, porque eran amigos, y él respondió que reverenciaba y obedecía las provisiones, pero que cuanto al cumplimiento no podía dejar su jornada y hacer lo que el almirante y el audiencia le mandaban y que ellos le sacarían a paz y a salvo de lo que hiciese; y prosiguió su camino... ". Ocampo "pacificó" muy eficientemente las costas de Cumaná. Colgó de los penoles de sus navíos a algunos indios apresados; ahorcó y empaló a otros para público escarmiento; y se llevó a San– to Domingo y Puerto Rico a ciento treinta y nueve como esclavos para que fueran vendidos en pública subasta. A esta subasta acudie– ron nobles caballeros, piadosos cristianos y hasta un chantre, llama– do don Alfonso de Peralta, quien se llevó su buena partida de vein– tidós esclavos, comprados con limpia plata... 98
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