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Ángel se adelantó a abrir la puerta y D. José rompió la marcha y siguió su esposa, sin dejar de hablar con Dña. Remedios, y detrás los dos amigos. _Mira, Celestino, el Espíritu Santo me lo estaba inspirando, ¿te has convencido de mi cantinela?; ya puedes rezar para que el Señor cambie el corazón de mi madre, porque si no... creo que voy a andar mal con ella. _No te apures, Ángel; si Dios permite que tu madre se oponga, será ciertamente por algún alto designio que tiene sobre tí. Ya sabes que los mayores santos son los que han sufrido más contradicciones por amor a Jesucristo. Ármate de fortaleza y ten delante de tus ojos nuestro sublime ideal y ya verás cómo te sirve de consuelo, te proporcionará en el contratiempo algo que no hay palabra para denominarlo y que sólo se conoce experimentándolo. _Tienes razón, Celestino. Cúmplase en nosotros la santísima voluntad de Dios. Habían llegado a la puerta de la calle. Dña. Consuelo cubrióse casi por completo el rostro con la piel de su abrigo y D. José y Celestino subieron el cuello del suyo, y entre tanto que Dña. Remedios se despedía de los padres de Celestino, éste dijo bajito: _¡Ángel, amigo mío!. Nada sucede al acaso. Por algo Dios Nuestro Señor te adornó con las cualidades de ser bravo y valiente, y ¿dónde se demuestra esto sino en la pelea?. ¡Ánimo! pues, y ¡adelante con tu ideal!. Replicó Ángel como con un suspiro: _j Quién hubiera podido tener unos padres como los tuyos!. Y con un buen apretón de manos se -86-

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