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_Y ¿si no te admiten sin consentimiento de tu madre?. _Pues entonces ... Celestino... Celestino sin perder su perenne sonrisa, le dió unos golpecitos cariñosos en el hombro y le persuadió: _Pues entonces, a pesar de tu bravura y valentía, tendrás que obedecer hasta que seas mayor de edad, y san se acabó. No será poco que sufras con paciencia y no pierdas la vocación... _¡ Por Dios, Celestino!. ¡Perder la vocación!. Preferiría perder antes todo lo que poseo juntamente con la vida. _¡ Sublime resolución!. Dios quiera que ninguna de las dos cosas te acontezca. Y dejando esto, hablemos de otro asunto. Así lo hicieron. Mientras tanto, en el recibidor Dña. Remedios con los padres de Celestino conversaban muy amistosamente sobre cierto individuo que conocían mucho. Con gran interés D. José afirmaba: _Pues, sin ir más lejos, hoy mismo he tenido una carta de él. Ya verás como escribe. Pero que vengan nuestros hijos, porque también a ellos les agradará; y Celestino tiene que irse con nosotros. D. José sacó un sobre. Dña. Remedios apretó un botón y puso en funcionamiento el timbre. Inmediatamente apareció una sirvienta a la que dijo, sin aguardar a que ésta hablara: _Arriba están Celestino y Ángel; avísales, para que vengan enseguida. La criada hizo una inclinación de cabeza y, sin decir palabra, marchó. Llegaron los dos amigos. -81-
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