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en los capuchinos; como quien dispone es Dios nuestro Señor, el B. Diego entró, por fin, en la Orden Capuchina y después llegó a ser un gran apóstol y un gran Santo. Y con todo esto quiero decirte... _No, no hace falta que digas, porque ya todo lo has dicho, a saber: que por mucha contradicción que yo tenga, nunca será tanta como la de ese Beato y que, si salió triunfante, igualmente triunfaré yo. ¡Qué!. ¿Querías decir esto?. ¿Me he equivocado?. Celestino a la vez que asintió, se volvió enigmático. _Eres más listo que el hambre, Ángel, con todo ¿a que no adivinas lo que te voy a decir?. _Déjate de adivinanzas, Celestino, y suéltalo de una vez. _¡Canarios, Ángel!. No estás hoy para bromas; pues ... es, que les voy a manifestar a mis padres, que voy a abrazar la vida capuchina. Y una vez que obtenga su licencia, escribiré al director del Colegio de El Pardo, solicitanto la admisión y demás informes. _¿Para qué vas a ir a ese Colegio, teniendo, como tienes, terminado todo el bachillerato?. _¡Hombre!. Voy, para aprender bien el latín. _¡Va!. Ya te lo enseñaré yo, Celestino. _¿Como si tú no tuvieras que estudiar otras cosas?. _¿Yo?. A no ser Filosofía, Teología o Derecho Canónico... _Vamos, Ángel, ¿he?, que ya supones, que tu madre te dará permiso, para ser sacerdote... _Es, que, aunque no lo dé... si marchas tú, y me admiten también a mí, de seguro que no me vuelven a ver el pelo por acá... -80-

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