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_¡ Para usted serámuy importante esta señorita!. _¡No!. Más lo es para tí. ¡Anda! que más de dos veces has hablado con ella, y la primera fué el día de San Blas. _Todo, madre mía, pasó, como pasó el día de ayer y se ha desvanecido, como se desvanece el humo a merced del viento. Pasmada se quedó Dña. Remedios. Comprendió Ángel el estado de su madre; pero... ¡tal para cual!. .. y prosiguió: _Mi corazón no ha de ser para esa joven, como quizás a usted y tal vez a ella se les haya pasado por la mente. Yo aspiro a muchísimo más que a eso; y, a la corta o a la larga, espero alcanzarlo. _Dime, hijo mío. ¿A qué aspiras? -preguntó, en tono humilde y suplicante, Dña. Remedios-. _Madre mía, si le revelo esto ahora, creo que no me comprendería bien, por eso le ruego que se dé por satisfecha y no trace planes que ciertamente no se han de verificar. _Bastante sabes tú qué planes he formado yo. _No se necesita tener vista de lince, para conocerlos. Los ha manifestado usted con sus gestos y palabras. De improviso se presentó un criado y cortó el diálogo de madre e hijo. _Señora, un pobre fraile acaba de llegar a la puerta, pidiendo. He querido darle un pedazo de pan, pero con mucha cortesía me ha contestado que solo mendiga especies que pueda llevar al convento. _¿De qué orden es?. -Preguntó Dña. Remedios-. _No lo sé; solo conozco a los Jesuitas y éste no -66-

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