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de ver, las encontrará en el mismo orden que las dejó usted. _Pues yo en Salamanca estuve con tus tíos y me dieron muchos recuerdos para tí. También hablé en el Liceo con una señorita que antes no la conocía y es muy afable y muy buena. _Vaya una cosa que me dice usted. _Para tí bien interesante que es. _¿Para mí?. Absolutamente nada. _Porque no sabes quien es. _Aunque sea la que usted quiera. Desconcertada quedó Dña. Remedios con semejante respuesta; para disimularlo, contestó con cierta ironía: _¡ Vamos, vamos! hijo mío, me hablas así para que te diga quién es. ¿Eh?. _Nada de eso, madre mía, hablo según lo siento. _¡Bueno, bueno!. ¿No sabes, hijo mío, que la experiencia es la madre de la ciencia?. Ya que no te atreves a preguntarme, te lo manifestaré. Abrió un cajoncito, sacó la esquela, se la entregó a su hijo; pero éste se negó a recibirla, y, con cierto desdén, se excusó: _La puede usted guardar. Ya le he dicho que no me interesa nada el saber quién es aquella joven. _Te mando que la cojas y la leas.-Replicó la madre con ímpetu-. _Por obedecer y complacerla a usted, la leeré. Al leerla, se puso completamente encarnado, cual si toda la sangre de su corazón se le hubiera venido al rostro; mas con todo, exclamó con cierta indiferencia: -65-

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