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_¡Bueno, bueno!.¡Basta, basta ya!. Vamos a dar gracias a Dios por la comida; y mientras las chicas limpian esto, pasaremos al salón y oiremos música interesante que nos proporcionará el fonógrafo. Luego volveremos al comedor para saborear unos dulces y tomar el café. Dicho y hecho. Una breve y amorosa plegaria de agradecimiento a Dios nuestro Señor y a nuestra Madre celestial la Virgen María; y... ¡Todos al salón!. Ya en el lujoso salón y ocupadas las bellas y cómodas sillas, continuaron las bromas; alguna de ellas un tanto pesadas y mortificantes, como la de Andrés: _¡ Recórcholis, recórcholis, Perico!. ¡Mira que te luciste!. Creía yo que eras más listo; pero ahora veo que te diferencias poco de un borrico. _¡Caracoles!.-Intervino Diego-. Me parece que no es tan borrico, cuando se arregló para que nosotros no comiéramos más, porque él tampoco podía hacerlo. _¡Oye!.¡Qué diantres!. ¡Viva la Pepa!. ¿No crees?... No continuó el criado Pablo, porque el señorito Ángel, observando el cariz que iba tomando el ambiente, se puso en pie, y con un ademán, el rostro y una mirada de mando se dirigió a los súbditos. Estos inmediatamente guardaron silencio y se pusieron en plan de escucha. El señorito Ángel afablemente les dijo: _No está bien que se repitan escenas como la anterior. Os pido que hoy no se hable más de ésto. Y tú, Andrés, avisa que las sirvientas limpien el comedor y preparen unos dulces y el café: pero, ¡ cuidadito !, sin -51-
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