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por los extremos opuestos. Bien pronto se llenaron los vasos de vino generoso y a medida que se bebía, aumentaba el entusiasmo, la alegría y la verborrea. El anciano Máximo era el único que seguía tan serio como al principio. Lo advirtió Celestino y conmovido, entre frases de broma y aliento le ofreció al señor Máximo -así se le nombraba tanto por los amos como por los compañeros debido al respeto que su edad imponía- un vaso de vino que el anciano agradeció y, como estaba acostumbrado a tomarse su pinta, se lo empinó sin respirar. El cambio fue radical; y ya alegrete, sonriente y gracioso exclamó: _Señorito, ven muchas veces y ponte o ponme siempre a tu lado. Mirándose mutuamente Celestino y Ángel, echáronse a reir y continuaron su conversación. Los platos se sucedían, las botellas de vino se renovaban, la alegría y el entusiasmo eran ya casi exhorbitantes, aunque no se habían puesto chispos, ni mucho menos, con todo, los más jóvenes no estaban completamente en sus cabales; así que ninguno quería escuchar y todos, a medio grito para hacerse entender: _¡ Oye Bartola! ten cuidadito con la pinta que te vas a pasar de rosca... _¡Andrés!. Echa un chiste de los muchos que sabes. R ' ... ' _¡ oque. ua, Jª, p .. _Más valiera que te tapases esa bocaza con un puñado de paja. _Qué dices tú, ¡canario!. _Jamás te he visto tan elocuente, Diego... _¡Muchacha! ¿qué haces?. _Andrés, que vas a ver las cosas al revés ... -48-

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