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cotidianamente. _¿ Quién ha traído aquí esas sillas?. _Señorito, las traje yo para que no rompiéramos las bonitas del comedor. Contestó lleno de vergüenza un mozo que había entrado hacía poco tiempo de gañán. En tono suave y sonriente, les indicó Angel: _Retiradlas a un lado, y coged esas otras que están detrás. Cada uno retiró la suya y cogiendo otra se colocaron de nuevo en pie junto a la mesa. Ángel rezó luego un Padre nuestro y echó la bendición. Acto seguido se sentaron. Ángel y Celestino en preciosos sillones, y el anciano Máximo al lado de Celestino y el famoso Andrés al de su amo; seguidos los demás. Casi todos estaban medio avergonzados y ninguno hablaba. Ángel entonces tomó la palabra. _No tenéis por qué avergonzaros. Quiero que comáis bien y no tengáis ningún reparo, porque esté entre nosotros mi amigo Celestino; es de suma confianza, y no se extrañará de nada. No creáis que os he mandado reunir aquí por un mero capricho o para burlarnos de vosotros. ¡Nada de eso!. Las razones ya las sabréis al final de la comida. Unos cuantos, cada uno en su tono y a la vez, asintieron con una fuerte exclamación: _¡Muy bien!. Mientras tanto una de las criadas había colocado ya en la mesa una media fuente de paella delante de los señoritos. Estos se sirvieron y se la pasaron después al señor Máximo. Cuando éste se sirvió, ya se habían comenzado otras medias fuentes -47-

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