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Más que aprisa marchó Andrés a comunicar a sus compañeros lo que el amo disponía. Todos se pusieron en movimiento, unos con unas cosas y otros con otras; mientras tanto Celestino relató a su amigo el episodio de él y sus padres. Ángel estuvo pendiente de sus labios y al final, emocionado, se expresó: _Dios quiera que me suceda a mí lo mismo... pero ¡Ay! y no sé cómo se me ha metido en la cabeza que mi madre se ha de oponer terriblemente... _No pienses en eso. Ya verás; cuando venga y le digas que también yo deseo ser sacerdote... _¡Ójala, sucediera así!. Pero ¡bien la conozco yo!, Celestino. _¡Bah! como que, si Dios quiere, no vas a llegar a ser sacerdote... _Se puede llegar al término de muchas maneras, si no es cómodamente y con facilidad, será con mucha dificultad y removidos infinitos obstáculos. De sopetón presentóse Andrés, medio sofocado, delante de su amo. Y les interrumpió: _Señorito, está too preparao. _¿ Cómo sudas tanto?. _¡Ya ves! he tenido que hacer ¡recórcholis! tantísimas cosas... _Pues vamos para allá. Se retiró a un lado Andrés para dejar paso a los señoritos y luego les siguió. Ante la puerta del comedor grande los criados aguardaban en dos filas encabezadas por los más antiguos. Ángel les indicó que entrasen. Él y Celestino fueron detrás. Ya estaban alrededor de la mesa, cuando notó Ángel que las sillas eran las que usaban -46-
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