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con la ingratitud. Acaso tendrá que sobrellevar usted muchos defectos de su hijo, pero el de la ingratitud le prometo que jamás; y si me es una cosa tan abominable el ser ingrato para con los hombres ¿cuánto más me será para con Dios?. _¡Basta, hijo mío, basta!. De sobra te conozco, y sé que tienes un corazón generoso y noble como el de tu padre. _Y como el de usted también, madre. Dña. Consuelo se sintió orgullosa de su hijo y le abrazó y retebesó y lanzó al aire mil exclamaciones amorosas de una verdadera y cristiana madre. _Alguien sube las escaleras, madre. _Es tu padre que vendrá aquí seguramente. _¿Le digo que deseo ser sacerdote?. _Ningún incoveniente hay; como si quieres que se lo diga yo. _No .me negará el permiso, ni tampoco su bendición ¿verdad?. _De ninguna manera, hijo mío, al contrario, se alegrará mucho, muchísimo, tanto como yo. _¡ Oh, cuántas gracias debo dar a Dios y la Virgen María por haberme dado unos padres tan buenos!. _Sí, da gracias al Señor y al Santísima Virgen María por haberte dado un padre tan bueno y, sobre todo, por la gracia tan especial que gratuitamente te han otorgado a tí: la vocación sacerdotal. Por fin llegó D. José y dirigió la palabra a su esposa. _¿Si supieras la noticia que me ha comunicado ese señor?. _¿Y si tu supieras la que me ha revelado nuestro -34-

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