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_En la puerta de atrás. _Dile que pase y acompáñale hasta aquí. La criada salió. D. José dobló bien el papel, mientras su esposa puso la labor en un cestillo, y se retiró aceleradamente a un cuarto inmediato. En él enrolló la tela, colocó en su lugar los carretes, cubrió el bastidor con la funda, lo dejó sobre un baul y pasó a ver a su hijo. Efectivamente, subió las escaleras, atravesó un salón y se detuvo en la puerta de la habitación de Celestino que la tenía abierta. Le vió recostado sobre la barandilla del balcón mirando allá lejos a través de los montes, como extasiado. Hondamente impresionada Dña. Consuelo dudó si interrumpir o no la abstracción en que se hallaba su hijo. Permaneció perpleja bastante tiempo. Por fin se decidió, y con voz dulce: _Hijo mío, ¿en qué piensas?. Cual si hubiera despertado de un profundo sueño, Celestino volvió la cabeza a una y otra parte y sin darse cuenta de la pregunta que le había hecho, interrogó: _¿Me llaman?. La madre se dirigió a él y, esforzándose por detemer las lágrimas que acudían a sus ojos, le abrazó y estampó en su frente un beso de amor... largo... muy largo. _Dime, hijo mío, ¿en qué pensabas que tan absorto te tenía?. _Madre, quiero ser grande, muy grande. _Y ¿cómo, amor mío, vas a adquirir esa grandeza?. _Sencillamente, basta que usted y mi padre quieran o a lo menos me permitan serlo. -31-
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