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uno frente a otro; él leía el periódico y ella bordaba una cortinilla para el sagrario. De súbito D. José dejó de golpe el papel sobre la mesa, y al ruido que hizo, Dña. Consuelo sorprendida, levantó los ojos, miró a su esposo y rompió el largo silencio en que estaban: _Pero, ¡hombre! ¿qué te pasa?. _Nada, mujer, nada. Continuó ella su labor y volvió a reinar el silencio; mas no por mucho tiempo, porque D. José, preocupado internamente quiso desahogarse con su esposa: _¿Sabes, Consuelo, que en nuestro hijo, desde hace dos años, poco más o menos, a esta fecha, he notado un cambio radical?. _Cosa de la edad sin duda. _Precisamene... No otra cosa me admira, sino que parece haberse adelantado a la edad. _¿En qué sentido lo dices?. _¿Nunca le has visto como abismado en sus pensamientos y cual si estuviera contemplando no sé que cosa misteriosa?. _¡Ja! ¡Ja!. Me haces reir sin ganas. _Pues yo no me rio. _¿Qué? ¿sospechas, acaso que ya tenga su... ?. _Eso es lo extraño para mí, porque si así fuera, otra sería su conducta. _Su conducta es intachable. _Esa es también mi opinión. _Pues. ¿Luego?. _Que no me explico qué podrá sucederle. Ayer mismo ha estado más pensativo y taciturno que nunca; sí, más silencioso y más misterioso jamás le he visto. _y ¿hoy?. -28-
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