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Al sur de la provincia de Salamanca y encerrado, cual perla en su concha, está situado un pueblo entre montes no muy elevados, pero llenos de frondoso ramaje y hermoseados por árboles seculares de hoja perenne que parecen desafiar las furias de la tempestad, y por eucaliptos gigantescos que semejan escalar el cielo trayendo a la memoria la fastuosa batalla de los hijos de la tierra contra el omnipotente Júpiter. En las afueras de este pueblo y hacia el mediodía se levanta una casa de dos pisos con su comisa encamada; como también encamados los marcos de los balcones y tejado. Tiene dos puertas: una que mira al oriente y otra que da al occidente comunicadas entre sí por hermoso claustro, delante de esta pasa la carretera, y a la salida de aquella aparece un espacioso corral, defendido por dos fieros perros de raza, y en el que florecen esbeltas acacias. Además posee un palomar magnífico, donde hacen sus nidos cuantísimas palomas: blancas unas, otras policromadas y las más, cenicientas y plomosas con brillante cuello de oropel. Tal es la suntuosa casa de Celestino, en cuyo gabinete de la planta baja se encontraban sus padres sentados en cómodos sillones, -27-

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