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_Tú, Ángel, no te preocupes. Lo dicho, dicho está. En ese momento se presentó de nuevo Andrés, tal era el nombre del criado. _Cuando queráis, señoritos. Ángel y Celestino dejaron los asientos y salieron charlando, mientras Andrés se adelantaba para abrirles las puertas. _Ángel, no te olvides de la conversación que hemos tenido hoy; recuérdala esta noche y piensa, medita atentamente sobre ella. _Aunque no me lo hubieras dicho, lo haría. Me encuentro transformado completamente gracias a tus fervientes oraciones; pues se han disipado las tinieblas que envolvían a mi alma. Ahora una luz celestial la ilumina. _Te aseguro, Ángel, que si te dejas guiar por esa luz, nunca la paz y alegría santas se alejarán de tí ni en la prosperidad, ni en la adversidad; y esta es una de las ventajas que consigo trae nuestro ideal sublime. _Bendito ideal, que, aunque otros carismas no diera, éste sería suficiente por sí solo para colocarlo entre lo grandioso, entre lo excelso... Te repito una vez más, Celestino, que estoy enamorado de él. _Grandemente me alegro por ello. Sigue así, y él te alentará en la tribulación y te embelesará en la calma. Con tan estimulante y animado diálogo llegaron a la puerta de la calle. Se despidieron con fuerte apretón de manos, y Celestino marchó acompañado del criado y simpático Andrés. Ángel quedó en pie, parado, pensativo, y los siguió con la mirada. Las almas de Celestino y Ángel, si hasta -23-
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