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recibidor, parecía estar en ambas partes: de cuando en cuando le acompañaba el doctor D. Marcelino que no se había marchado por vigilar y observar al enfermo. Ya por la mañanita, al despertar el enfermo, el doctor le hizo un ligero reconocimiento y visto que el termómetro marcaba 39 grados con alegría exclamó: _¡ Gracias a Dios!. La temperatura ha descendido bastante. Y dichas otras frases de ánimos y estimulantes al paciente se despidió con la promesa de volver hacia el mediodía. Efectivamente, a las 12 y minutos se presentó D. Marcelino, tomó la temperatura a Angel y viendo que solamente tenía 37,3 grados de fiebre, disimuló; pero alarmado un poco por el descenso tan rápido de tantas décimas le puso una inyección y, según su costumbre con rostro afable y unas palabritas cristianas y alentadoras, se fué. Al anochecer-¡coincidencia!-D. Antonino y D. Marcelino se volvieron a encontrar en la casa de Dña. Remedios. El día había sido verdaderamente primaveral: esplendoroso, alegre y dadivoso en vitalidad. Mucha de esta vitalidad debió recibir Ángel, porque el doctor, después de amplio reconocimiento, con gran júbilo se expresó: _¡Bueno, bueno, Dña. Remedios y señorito Angel!. Denles muchas gracias al Corazón de Jesús y a la Virgen María, porque la Santa Unción que te administró ayer D. Antonino -con mirada y gesto amistoso señaló al sacerdote- ha tenido maravillosos efectos; así que, Ángel, como creo que no pasarás mala noche, mañana, Dios mediante, puedes levantarte hacia las 1O, 30 ó las 11 y salir al corral y reposar durante una o dos horas disfrutando de los encantos de -240-
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