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silenciosos, no cesaban de franquear la habitación del enfermo. La tormenta seguía estremecedora; y de vuelta ya los que fueron por el Sr. Cura, le condujeron a éste directamente a la habitación del enfermo, se acercó al médico y, muy bajito, le hizo una brevísima pregunta, a la que contestó el doctor con voz casi imperceptible; pero como el silencio era sumo y todos afilaron la atención y el oido hasta el extremo y los ojos los tenían clavados en D. Antonino y D. Marcelino, fué captada la respuesta: _Está muy mal. Creo que esta noche se nos marcha al Cielo. Las mujeres no pudieron contener un medio suspiro. Y Dña. Remedios, en arranque maternal, con el rostro lívido, las mejillas amoratadas y las lágrimas desbordantes se arrodilló al suelo, y las manos entrecruzadas y la mirada en el Crucifijo y el cuadro de la Virgen fijos en lo alto a la cabecera de la cama oró, casi gritando. _¡ Señor!. Por vuestro amantísimo Corazón, tened compasión y piedad de esta pecadora... Llevad a mi hijo a la Religión Capuchina; pero no me lo quitéis mientras yo viva... He merecido este castigo... Sí, sí... lo reconozco... pero, Señor: ¡ Piedad y misericordia por vuestras llagas!... ¡ Virgen María, Madre de Dios y Salud de los enfermos ten compasión de mi hijo y... perdóname! Venció la gracia divina; y el corazón de madre que se había endurecido como un yunque, desde esa hora, desde esa noche quedó blando y dócil a la Voluntad divina. Ángel, que estaba completamente consciente, -238-

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