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se escapaban de algunos ojos femeninos y la palidez se apoderó de todos los rostros; palidez aumentada por la ténue luz de unas velas encendidas para el momento; mientras se atizaban las lámparas de carburo; pues con la electricidad ya no se podía contar por lo menos durante la tormenta. _Y ¿cómo nos arreglamos para ir a buscar al señor cura, con esta tormenta y tanto granizo?. _Pues, coged las linternas de mi cuarto y... _¡Recórcholis!. D. Jesús ¿Qué?. ¿Se quiere el automóvil para que en el garaje permanezca inmutable mientras nosotros lloramos?. _¡Tienes razón, Andrés!. Marchad pronto con el automóvil, que no hay que perder tiempo. Jesús se esforzó por contener las lágrimas, y volvió al lado de su hermano, en tanto que los criados fueron a buscar al sacerdote. Dña. Remedios que estaba retirada con su hermana Dña. Isidra y la sirvienta Felisa, mandó a ésta a enterarse de la causa del mucho movimiento que se percibía y de la salida del automóvil. Enseguida volvió Felisa e informó a su ama de la suma gravedad de Ángel; y Dña. Remedios, con un delirio maternal de dolor, corrió y se puso al lado y junto al hijo de su corazón. Cuando llegó, ya la habitación estaba iluminada con una lámpara de gas, el médico ponía una inyección al enfermo y la sirvienta Josefa, que no se había separado de junto a la cama de Ángel en todo el transcurso de la enfermedad, sollozaba amargamente como si fuera su propio hijo; también lloraban las tías de Ángel y Dña. Consuelo; a Jesús se le saltaban las lágrimas, y D. José estaba triste y pálido: palidez y tristeza que se reflejaba en el rostro de los criados, que, -237-

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