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La noche había llegado; los relámpagos y los truenos continuaban, y tras el agua había venido el granizo que no cesaba de redoblar tristemente en las vidrieras de la casa. El enfermo abrió grandemente los ojos medio apagados y cerrándolos al instante comenzó a sudar, con un sudor frío; tan frío cual es el sudor precursor de la muerte. El médico, mientras preparaba, rápido, una inyección, le dijo al oído a Jesús: _¡Pronto!. Llamen al sacerdote por lo que pueda suceder. Al decir estas palabras D. Marcelino, se oyó un estruendoso trueno, y se apagó la luz eléctrica; el granizo golpeaba reciamente los cristales, las lágrimas -236-

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