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limpiándose éstas, dió media vuelta para marchar; pero, como se encontraron al salir de la alcoba con el médico, volvieron sobre sus pasos. D. Marcelino comenzó a reconocer al enfermo; y, en tanto, Dña. Consuelo con el pañuelo en la derecha, y aprentando con la izquierda contra su pecho la fotografía de su hijo Celestino colocada en un dije y colgada al cuello, se decía para sus adentros: _¡Hijo mío y amor mío!. Jamás te encontrarás por mi causa como tu amigo Ángel. .. Antes preferiría verme yo en tal estado que no tú... Soy tu madre Celestino, es verdad; pero también eres de Dios, y le perteneces a Él más que a mí... Sigue su voz, donde quiera que te destine... Introdúcete también en lo más recóndito de las selvas, y predica el Evangelio a los caníbales... Si Jesucristo te llega a pedir eso, no temas, hijo de mi corazón. ¡Marcha pronto!. Que yo quedaré contenta y alegre y me consideraré feliz de tener un hijo misionero; y más dichosa me encotraría aún si llegases a derramar la sangre por nuestro Gran Dios y Señor. Así continuó Dña. Consuelo con su monólogo que sin duda evocaría en su mente a la madre de los siete Macabeos mártires -Léase 2º libro de los Macabeos, en la Biblia, capítulo 7-; y sobre todo a la Stma. Virgen María junto a la Cruz de Jesús -San Juan, capítulo 19-, y desembocó en oración también interna. Hecho el reconocimiento por el doctor, éste se dirigió a D. José y le dijo en bajito: -Se encuentra mal, muy mal. -235-
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