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hubiera subido al rostro. Siguió leyendo y, al terminar apretó los labios, movió un poquito su rubia cabeza a uno y otro lado, cogió otra carta, la leyó con gran avidez, la rasgó y exclamó: S . ? F ·¡ ' _ 1 cura... ¿no. ... ¡ ra1 e.. tampoco. y menos Capuchino. Y cogió con rabia las demás cartas de Celestino, las hizo pedazos, y las dejó sobre la mesa y.. . _Aquí te quedan... para que las veas... para que te des cuenta de lo disgustada que estoy... Dejó la habitación sin haber cogido el compás y, al cruzar el pasillo, se encontró con Ángel que entraba en casa; le dirigió una mirada iracunda y, al entrar en el comedor, le habló así su hijo: _Pero, madre, ¿qué le ha sucedido?. -Al tono dulce y suplicante de Ángel contestó su madre con aspereza-: _¡Nada!... ¡Vete a tu cuarto y lo verás!. Marchó Ángel a su habitación; vió las cartas de su amigo hechas trizas, le dió un escalofrío, se quedó un momento como pasmado contemplándolas. En su interior se sostenía cruda guerra: guerra que duró varios días y le hizo caer enfermo... Ángel guardó cama, la calentura siguió constante en los 39 grados, variando en las décimas, a las horas de cinco a nueve de la tarde; D. Marcelino opinó que padecía de fiebres gástricas, y puso todos los remedios que dicta la ciencia médica para tal enfermedad; pero inútil. D. Bienvenido Lara y su esposa Dña. Alicia Fernández, amigos de Dña. Remedios, enterados de la enfermedad de Ángel, acudieron a visitarle. -228-
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