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_Pues hay que marchar inmediatamente a un cirujano de Salamanca. ¡Pronto!. Unas vendas o toallas lo que tengan más a mano. Una sirvienta echó a correr; Dña. Remedios continuaba llorando y a la Marquesita y a Dña. Vicenta, contagiadas se les saltaban las lágrimas. _¡Bueno! -dijo D. José a un criado. Avisa a mi chófer que se presente inmediatamente con el auto a la puerta. _Y a Félix -añadió D. Fabián- dile que venga con mi coche. _No -gritó la Marquesita limpiándose las lágrimas-. El doctor tiene que ir en mi coche, que está más cerca, en el corral, y en disposición ya. _Bueno -replicó D. Marcelino que ya terminaba de envolver el brazo de Jesús en una blanquísima toalla-.Como lo único que hace falta es marchar enseguida, Jesús, D. Fabián y yo vamos ya al auto de esta Srta. que se ha dignado ofrecerlo. _¡Eso es! -añadió D. José- y la Excelentísima Marquesita acompañará a Dña. Remedios, Dña. Vicenta y mi esposa que irán detrás en mi coche. _y si alguno más -prosiguió D. Fabián- quiere ir a su disposición queda mi automóvil. Dicho ésto, comenzaron a salir por distinta puerta de aquella donde estaba la gente apiñada que esperaba noticias del herido. Quedó Ángel el último, habló un poquito con Andrés, y éste se fué a la puerta que daba al pasillo, la abrió, se encaramó en una silla y dijo a todos los invitados que allí estaban: _Señores y señoritas. El señorito Jesús se ha rompido el brazo en dos pedazos y tiene que ir -223-

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