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Al ver a su hijo Jesús pálido y con hilos de sangre por la frente y el rostro, comenzó a gritar como una loca y se arrojó a abrazarle. Pero la detuvo D. Fabián, porque no convenía le tocase sobre todo el brazo de Jesús; y con palabras persuasivas y de consolación la cogió del brazo y la condujo al recibidor donde se encontraba su esposa Dña. Vicenta, la joven Marquesa y otras. E inmediatamente marchó D. Fabián. D. José, con una rapidez asombrosa, había dado unas cuantas órdenes concretas; y los empleados Santiago y Crispín serios, con las expresiones muy repetidas de: ¡PASO... FUERA... PASO!, ademanes casi bruscos, algún que otro empujoncillo y sin responder a nadie lograron dejar paso franco al herido acompañado del joven, que le había traído, y D. José. Ya en una habitación, la puerta cerrada y por fuera,junto a ella Santiago, como vigilante... Llegó D. Fabián. Por ser farmacéutico Santiago le abrió la puerta, pasó; y en ese instante se presentaron con toallas, frascos y otros utensilios Dña. Consuelo y la sirvienta Josefa. Enseguida, según la indicación de D. Fabián, se comenzó, con algodón y agua oxigenada, la limpieza de la sangre del rostro de Jesús: la hacían Dña. Consuelo y Josefa con suma delicadeza y mientras, preguntó D. Fabián al joven, que había traído a Jesús: _Pero ¿cómo fue el accidente?. _En una curva muy cerrada; pues, como es tan estrecha la carretera... nos descuidamos un poquito... y para evitar el choque, frenamos y paramos en seco. Luego, al retroceder el señorito con su automóvil tuvo la fatalidad de que las ruedas del lado izquierdo -221-
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