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una de las señoritas-. _Termina de pasar por aquí... Seguramente estará en su habitación si no anda por ahí. _¿Nos permite irle a buscar?. _Ningún incoveniente hay. _Pues allá vamos. Y como sabían bien donde estaba la habitación de Ángel, se dirigieron a allá, directamente, sin preguntar a nadie. Angel, había aprovechado una oportunidad y se había retirado a su cuarto; y apenas se había sentado y abierto el libro de los "Diálogos" de Fr. Juan de los Ángeles; cuando aquellas dos coquetas señoritas cuyos cuerpos parecían dos rosas andantes y cuyas almas debían estar quizá cubiertas de lepra espiritual, se introdujeron sin llamar en la habitación. Ángel las miró sorprendido y medio avergonzado preguntó: _¿Qué buscáis?. ¿A qué venís?. _Venimos a buscarte a tí para que vengas al salón. _Ya estoy aburrido con tanto barullo; dejadme ¡por Dios! siquiera un momento. _No, no; vente con nosotras. Te están aguardando. Ángel trató de excusarse, pero las testarudas señoritas insistieron y de las palabras indiferentes pasaron a las dulces y alagüeñas, y de estas a las livianas; y como Ángel se disgustara, vino la porfía y de ésta, como agarrada de la mano, la disputa acalorada; y como el amor propio de las insolentes señoritas no consintiera quedar humillado, se miraron mutuamente y se hablaron algunas palabras en voz muy baja, pero no tan baja que el oído fino de Ángel -217-
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