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sirvientas, Raquel, con varios señoritos subían y bajaban las escaleras y andaban de aquí para allá husmeándolo todo con curiosidad femenina. En el comedor sentados, en sillones magníficos, se encontraban Dña. Remedios a la diestra de la Marquesita y al lado opuesto Cesárea; su padre D. José, D. Fabián y su esposa Dña. Vicenta se hallaban alrededor de una mesa que sostenía, entre otras cosas, seis copas de oro, tres botellas de coñac, rón y champagne. La conversación versaba sobre Celestino. _¡Ah!; sí -respondía con delicadeza la Marquesita a D. José- ya conozco ese colegio de El Pardo. Mis papás sostienen cuatro becas y yo una por mi propia cuenta... Poseo una fotografía de un niño Seráfico que suele escribirme algunas veces; y sus cartitas me encantan por la sencillez con que escribe y por lo bien educadito que parece. _Según tengo entendido, -dijo D. Fabián- la caridad es la que sostiene ese Colegio, pues los Capuchinos son tan pobres que nada poseen. _Ahí se ve la acción de la Providencia Divina -repuso Dña. Vicenta- renuncian a todo, quedan pobrecitos y nada les falta de lo necesario. _Ciertamente -replicó D. Fabián- que constantemente se verifica en ellos esa paradoja. _Sí, pero... -iba a hablar Dña. Remedios cuando la interrumpieron dos señoritas que se la acercaron con mucha cortesía-. _De once y media a doce llega el Señorito Jesús. ¿No?. _A esa hora ha prometido estar aquí. -Contestó sonriente Dña. Remedios-. _y ¿dónde está el Señorito Ángel?, -preguntó -216-

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