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cual si fuera el hálito del dragón; y los copos de nieve, que se esforzaban por no posarse en la tierra, se presentaron a la imaginación de ella como salpicaduras de la saliba de aquel monstruo pavoroso y amedrentador lleno por doquiera de centelleantes ojos, sin ser, en la realidad, otra cosa que las lámparas eléctricas del alumbrado del pueblo. _¡Qué horror! -exclamó espantada de sus tétricos pensamientos-. Cerró de golpe las contraventanas y se fue a la cocina. Allí mandó a unos criados llevar las cartas al correo y se dirigió luego a la habitación de Angel que escribía a Celestino con los ojos arrasados en lágrimas. Su madre al llegar se quedó mirándole y le preguntó en tono misterioso: _¿Qué haces?. _Lo que ve -contestó Ángel, mostrando la pluma y el papel-. _¿A quién escribes?. _A un amigo. _¿Para invitarle a la fiesta?. _Para que me libre de ella. _¿Cómo? -dijo Dña. Remedios irguiendo un poco la cabeza-. _Sencillamente. _No te entiendo; -y al decir ésto comenzó a impacientarse-. _No sé explicarme. _¿O no quieres?. _Da casi lo mismo. Dña. Remedios le miró, abrió más sus ojuelos, apretó los labios y le preguntó con ira mal reprimida: _¿Cómo se llama ese a quien escribes?. -212-
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