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corazón; -fue mi respuesta-, a la que replicó: "¡Hijo mío! ¿Quieres una?". ¡Oh virgen María! -exclamé-. ¡Es mi anhelo!. Y la vida diera por tener alguna. Aún no había terminado de pronunciar estas palabras,cuando plantó una de las flores en mi corazón. Mientras Celestino relataba el sueño, Ángel no dejaba de mirarlo de hito en hito; y según fluían de los labios de su amigo Celestino las palabras llenas de unción y sentimiento, el alma de Ángel se desligaba de negras ataduras, y dejaba traslucir en su rostro la agradable impresión que le dominaba, lo que observó Celestino y preguntó: _¡Qué!. ¿Te emocionas?. _Tánto que desde que fuí niño no he derramado una lágrima y ahora tengo que hacer grandes esfuerzos para impedir que se me salten por primera vez en la juventud. _Pues todavía falta lo más... _Continúa, y no dejes de manifestarme ni un ápice. _Seguiré. Al mismo tiempo que la Virgen María plantaba en mi corazón la flor, conocí claramente lo que tenía que hacer y que abandonar; pero en aquel momento me trajo la memoria el recuerdo de un amigo querido, y comencé a llorar. _Sin duda que ese amigo sería yo. _Ni más ni menos, Ángel: tu mismo. Conmovido el Corazón de Jesús por mi llanto, me preguntó:"¿Por qué lloras?".Señor, -le respondí-, tengo un amigo; y yo desearía que la Virgen vuestra madre plantase en su corazón la misma flor que en el mío. -11-

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