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ausente de allí ya varios días. Crispín dejó de beber, la miró de hito en hito, y con el vaso mediado aún en la mano la apostrofó: _Bendita luz, ¡caracoles! que los demonios te llevaron y el Niño Jesús nos la ha restituido ¡caracoles! pa poder bailar y danzar... _Eso, eso, -le interrumpió D. José- una danza tú con Agapito. _¡Hale, hale! -exclamaban unos; y otros . b / /' gnta an:- ¡s1, s1.. _Pue ya que toos lo desean, -dijo Agapito con mucha fanfarronería a Crispín que no era menos fanfarrón.- Coge las castañuelas y vamos a bailar una de las danzas charras. Salieron a un lado y al son de la guitarra y de las castañuelas comenzaron la típica danza charra. ¡Santo Dios! qué parecían aquellos dos mocetones de ancha y bien nutrida cara; cabellos negros y tirados hacia atrás los de Agapito; y rubios y ensortijados los de Crispín; nariz un tanto respingada la de éste, y tirando a aguileña la de aquel; sus pechos de atletas, sus brazos y piernas fornidos y descomunales y... ¡con qué agilidad se movían aquellas moles! ora sus brazos remedaban ondulaciones majestuosas acompañadas de un rapidísimo cruzar y descruzar de pies al compás del repiqueteo de las castañueslas; ora una vuelta que ni la hija de Herodías la hubiera dado con más gracia y donaire; ora tocan bruscamente los instrumentos, alargan y contraen los brazos, echan un pie adelante y, sin apenas haber tocado el suelo, retroceden con un brinco hacia atrás; vuelven a echar el otro pie y otro brinco y así hasta dar otra vuelta y comenzar como al -197-

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