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que Cesárea y los suyos terminaran el villancico. Luego, los saludos y el barullo mientras se sentaban al calor de la lumbre y dos braseros consecutivos a ella. Tras· muy breve tiempo se incorporaron los amos y Dña. Remedios, quienes se acomodaron en unos sillones para tomar parte en la tertulia de aquella noche. D. José sonriente y con ademanes muy simpáticos ordenó: _Polonia, saca los tostadores de castañas, que éstas, calentitas, están más sabrosas. _Y un garrafón de vino.-Añadió Dña. Consuelo-. _Te puede ayudar Clara. -Continuó la señorita Cesárea, quien miró luego a Roque y Andrés, echó una carcajada y apremió-: _Daros prisa, porque Andrés y Roque tiritan de frío y quieren calentar pronto sus estómagos. Roque y Andrés, sorprendidos al ser nombrados, se miraron mutuamente; mas éste con su afable campechanía replicó: _Tiene razón la señorita. Venga el vino, ¡recórcholis! ¡y después ... Ande yo caliente y ríase la gente!. ¡Recórcholis!. Y tú, Roque cántanos algo... para eso ¡recórcholis! tienes la voz tan guapa. _Muy bien ha dicho Andrés. -Afirmaron rudamente y con risas unos cuantos-. A Roque le salieron los colores al rostro y colorado como una amapola, quiso excusarse; mas por intervenir también D. José, Roque bastante nervioso, se refregó la mano izquierda por el pantalón a la par que atusaba con la derecha su garganta y asintió: _¡Canastos!. Cantaré, aunque no quería yo -195-

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