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que caía a la tierra; y al cogerlas, en sus manos se convertían en hermosas y delicadas flores de aroma exquisito y regalado. Yo miraba estupefacto ya a Jesús, ya a María, ya a las prodigiosas flores; y en estas alternativas estuve largo rato hasta que Jesús levantó los ojos, me miró, y tan penetrante y dulce fue su mirada que todo mi interior quedó transformado. _¡Claro! como mirada de Dios. _Grandes fueron entonces los deseos que me vinieron de pedir a la Stma. Virgen alguna de las flores; pero no me atreví y me contenté únicamente en contemplarlas y permanecer embelesado. Lo notó María Santísima y con ternura indecible me dijo: ¿Te gustan estas flores?: Sí, Madre mía, me roban el -10-

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