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_¿Pero es causa de todo eso la flor?. _Sí, y de mucho más, amigo mío Ángel. _¡Qué flor tan atrayente!. Mas dime, ¿dura mucho tiempo sin marchitarse?. _Si nuestro Señor no corta tempranamente el hilo de la existencia al joven que la posee, ella crecerá y se hará un frondoso árbol, cuyas hojas serán doradas y los frutos más sabrosos de lo que uno puede 1magmarse. _Y llegado a ese estado ¿la flor pierde la fragancia, la hermosura y la virtud tan singulares?. _¡No!. Entonces está en su apogeo... _Apogeo ¿dices?. Luego se seca y muere ¿verdad?. _Muere, porque muere el corazón que la sustenta; pero el alma se lleva sus frutos, aunque... _¿Qué?, Celestino, ¿qué?. -Preguntó con ansiedad Ángel-. _Que bien puediera decir, que no perece hasta la venida del fin del mundo. _j Santo Dios!. Jamás se me había ocurrido a mí tal cosa... ¡Cómo me encanta esa flor!... Si parece que disipa las tinieblas de mi alma... Dime su nombre, Celestino, dime su nombre. _¿Me preguntas por su nombre?. Se llama: ¡Ideal!. _Qué palabra tan genérica... _Pero ideal de misionero, sacerdote. _¡Ah! de misionero. _Sí, Ángel, de misionero, es decir, de ser un intrépido mensajero de Cristo, que lleva su cruz a regiones sumidas en la barbarie; de ser un gran -8-

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