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vuelve a gritar Ángel, que ya se encontraba también cerca. A las voces de su amo los galgos se animan, y la liebre hace los últimos esfuerzos; el negro la da un cruce, el blanco la vuelve a dar otro, ya se adelanta la liebre, ya el pinto la alcanza y la da un envite; la liebre se detiene y recibe una envestida y el blanco que sigue al pinto, y el negro que seguía a este, arremete con ella y de un zarpazo la tira al aire, esta lanza un chillido, pero todavía sigue y corre hasta que el negro, en un nuevo envite se queda con ella entre los dientes, y ufano por su victoria sacude a la liebre para una y otra parte, marchándose a esperar a su amo que, corriendo en su caballo, venía muy atrás. El pinto y el blanco pusiéronse a los lados del negro y de cuando en cuando volvían sus cabezas para ver la presa. Ángel, cuando estaba cerca de los galgos, se apeó les aguardó y mira para atrás a ver si venía el perro perdiguero. El blanco y el pinto se adelantaron un poquito, como si fuera para avisar al amo, y llegados donde éste, se extendieron en el suelo mirando al negro que aún venía con el trofeo de su victoria. Llegado que hubo, depositó su botín a los pies de Ángel, quien, después de haber cogido a peso la liebre, acarició a los galgos, y habiéndola atado a la silla de su caballo, dió unas cuantas palmotadas en los pechos de éste, que por el sudor parecía haber salido del agua. Con las bridas en la mano, en pie y mirando a los galgos aguardó a el perdiguero, que jadeando se le veía venir. Por fin llegó y siguió el ejemplo de sus compañeros, extendiose en tierra. Como un cuarto de hora más aguardó Ángel ya sentado para dar tiempo a que descansasen los perros. Luego se volvió a montar y los podencos se levantaron -114-
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