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_Pues se lo diré: ¡Quiero ser célibe!. Dña. Remedios hizo un gesto repuganante y centelleando los ojos preguntó con ira: _¿Para qué semejante tontería?. _Para consagrarme al Señor -respondió Ángel con firmeza-. _Para consagrarte al Señor... ¡ya me lo estaba yo viendo!... Como si no hubiera otros nada más que tú para eso. _Ciertamente, otros hay; pero si al Altísimo le place que yo le sirva... _¿Qué sabes tú, si a Dios le place?. ¿Te lo ha_ dicho Él acaso?. Ya te sacaré yo esa bobería de la cabeza... _A no ser que me la rompa usted, difícilmente lo conseguirá. _¡ Lo veremos!. _Dios está por encima de usted, y de todos. Dicho esto, Ángel se puso en camino a su cuarto, pensaba cómo también S. Francisco había dejado a sus padres y las riquezas. Dña. Remedios le volvió la espalda y se dirigió a la cocina. El criado Andrés, que trabajaba en una habitación inmediata a la que tuvo lugar la contienda de sus amos, por estar la puerta abierta, se dió cuenta de todo y comenzó a hablar consigo mismo: _Ahora me explico por qué el señorito nos dió a los criaos aquel banquete. Y qué cabeza más de melón tengo, pues no me había dao cuenta de esto; si nos lo dijo él cuando nos regaló aquellos puros y cajetillas... Soy más bobo que caco, veo que ya no asiste a las algazaras, que comulga casi todos los días y que a este paso... va a llegar a ser un beato... y a mí -109-

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