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Se fue con prisas a la montaña 125 Miembros de la tal Comisión se dejan caer a veces, muy pocas veces, por el lugar de los sucesos. Pero lo hacen con un cierto aire vergon– zante, sin dar la cara, sin ponerse en una primera línea de observación y estudio, sin llegar jamás a interrogatorios er: regla con las videntes y los testigos más cualificados 77 • Muchos de los asiduos a Garabandal tienen la impresió:n de que «los comisionados», más que a poner en claro la posibilidad o el hecho de una intervención del cielo, están a la caza de pruebas contra la misma. Husmean sobre todo entre lo que tenga signo negativo; más que «decla– raciones», buscan cuchicheos, y se acercan casi exclusivamente a los que dudan o niegan. Por eso, su posición será bien pronto fuertemente «anti». Desde esa posición, montan primero lo del «séjour» en Santander... , y luego, otras cosas que irán saliendo en esta historia. Lo que po se cuidaron de montar nunca, ha sido un proceso en toda regla, de auténtica factura canónica. El resultado de la experiencia de Santander, con la desaparición de los «éxtasis» en Conchita y sus ambiguas negaciones finales, confirma– ron a los comisionados en su actitud; y en adelante esgrimirán todo eso -¡eso «que es ya de los comienzos»!- como algo que sentencia casi irremediablemente a Garabandal 78. En la Comisión -o, mejor, por parte de algunos comisionados-, ¿se ha procedido siempre de buena fe, en santo y auténtico afán de esclarecer a la luz de Dios las cosas? Yo no quiero dudar de ello; pero hay algunos detalles ... Don Julio Porro Cardeñoso, canónigo de Tarra– gona, hablando de una carta de Conchita que no llegó a manos del en– tonces obispo, don Eugenio Beitia Aldazábaf, escribe: «No sería la pri– mera vez que sobre Garabandal se ha escamoteado... Y podría citar algún hecho concreto de haber usado la mentira algún miembro de la Comisión, e igualmente difamarlos con el más autorizado testimonio del -n Nada de cuanto aquí se pone, ha sido escrito con ligereza: en los capítulos siguientes irán apareciendo las pruebas. Sólo hago hueco aquí para este comentario que le brota del alma al libro fran– cés (con el «Imprimatur» del obispado de Brujas, Bélgica, dado el 19-X-1966) «L'Etoile dans la Montagne», al comentar la cuarta nota de la curia santanderina, que más adelante \'eremos: «La Comisión, en cuatro años, nunca había tenidc tiempo de hacer comparecer ante ella, en debida forma, ni a las videntes, ni a sus familiares, ni al cura de la parroquia. ¡Inconcebible!, dirán los franceses, y todos los que conozcan la historia de Lourdes, de Fátima, de Beauraing. Sí, ¡inconcebib:e!; pero cierto, absolutamente cierto, por desgracia. La Comisión se había contentado con despachar emisarios, algunos de los cuales nos son conocidos, como conocido ·nos es el mal ¼ue eJlos han causado en esa pequeña aldea, abandonada a sí misma en medio de acontecimientos que la sobre– pasaban casi infinitamente. Se nos ha dado un nom":Jre y nos hemos visto obliga– dos a admitir que su gran actividad en Garabandal ::ia sido la de un traidor o un espía» (núm. 30, pág. 78). , 78 Cualquiera puede juzgar del valor de unas «negaciones» tan escurridizas, y conseguidas con tanta limpieza de procedimiento... Y toda persona desapasionada verá que de tales negaciones no puede sacarse prueba convincente contra la verdad de unos hechos que estaban cada día ante miles de ojos inquisidores; de ellas puede sacarse, a lo sumo, que Conchita, en aquella hora difícil, no actuó precisamente como una heroína. En cuanto a su responsabilidad, sólo Dios sabe.
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