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124 De la casa del Dr. Piñal hubo de ir al Obispado. A la entrada, ya les estaba esperando el Rvdo. Odriozola. Primero sacó fotografías de la niña junto al coche; y luego les instruyó sobre cómo tenían que portarse ante el señor obispo: hacer genuflexión de una rodilla, besarle el anillo pastoral, etc. Ya dentro del palacio, llegó un momento en que vino a su encuentro un sacerdote. Odriozola le dijo a Conchita: «¿Sabes quién es este sacer– dote?» «-El señor obispo». Lo era, en efecto. Después de los saludos y presentaciones, les mandó acomodarse; se puso él sus insignias, y empezó la conversación, o el interrogatorio... Parece que no fue muy largo. De él ha quedado especialmente esta pregunta: «Tú, ¿qué prefieres: llegar a ser una señorita, o seguir guar– dando corderos?» «-Ser una señorita» 1s. Se habló acerca de esto... , y el señor administrador apostólico y don Francisco Odriozola intercambiaron muy buenas palabras y planes en orden a que Conchita estudiase y recibiera conveniente educación. Aniceta y Maximina salieron de Palacio contentas, y emprendieron el viaje de regreso al pueblo, seguras de que el porvenir, ¡un buen porve– nor!, de su chica estaba ya fuera de todo riesgo. No tardarían en darse cuenta de su engaño. Todas las peripecias de su última jornada en Santander las resume así Conchita en su diario (pág. 42) : «El día que me trajeron para el pueblo, fui donde el doctor Piñal, a decirle que me iba... El se puso muy enfadado, y me decía... pues ¡muchas cosas!, para que no me fue ra. Y yo le dije que yo no veía a la Virgen; pero que las otras, se me hacía que sí. Y que el mensaje se me hacía que sí era verdad. Y él me dijo que lo firmara, y yo lo firmé. Después me dijo que se lo fuera a decir al señor obispo, don Doroteo 76, y yo se lo dije. Se portaron todos muy 'bien conmigo, después de todo.» Nos encontramos ante uno de los momentos más importantes y deci– sivos en el extraño proceso de Garabandal. Una Comisión que se dice «oficial» (y no dudamos de este carácter; pero nadie ha visto aún el documento episcopal sobre su nombramiento y atribuciones) ha empezado a moverse frente al difícil asunto... con un estilo o modo de proceder, que habría que calificar, por lo menos, como muy especial o bastante extraño. 75 He aqtú algo que nos dará el sentido de esta respuesta en boca de Conchita: De vuelta en Garabandal, conversaba ella un día con el P. Andreu, que algo había pescado de lo ocurrido en Santander... «Al decirle yo -cuenta el Padre– si le gustaría a la Virgen que ella fuese señorita, me replicó: -¿Y por qué no le va a gustar a la Virgen que yo aprenda? -¿Y cómo vas a aprender? -Pues ¡como las demás! -No entiendo muy bien... ¿Qué es para ti ser señorita? -Ir a un colegio.» 76 Recuérdese una vez más, que don Doroteo Fernández, «obispo» en el habla y consideración de todos, no era propiamente Obispo de Santander, sino Administra– dor Apostólico de la díócesis, desde la muerte de don José Eguino Trecu.
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