BCCCAP00000000000000000000758

Se fue con prisas· a la montaña 123 Entonces don Luis llamó al doctor Piñal, para decirle lo que ocurría; y el doctor respondió que fueran inmediatamente a su casa. , Ya en ella, el doctor desplegó todo un repertorio de halagos, prome– sas y amenazas, para ganar la partida en el último momento: «-No sé cómo eres tan tonta, queriendo volver al pueblo... Aquí podrías ser una niña bien... , te llevaríamos a un buen colegio... , serías una señorita... Basta con que digas que todo aquello del pueblo no es verdad, que ha salido de vosotras, que os están engañando. Como te empeñes en hablar de apariciones, serás u.na desgraciada. Porque te declararemos loca y te encerraremos en un manicomio. Y tus padres irán a la cárcel.. .» Para mayor fuerza, el elocuente doctor explicó a la niña que ya no era el primer caso; que a otra, que también decía que tenía apariciones, se la había encerrado en una casa de locos... La perorata hizo efecto 73. Conchita, temblorosa, con los ojos muy abiertos, y lágrimas en ellos, acabó diciendo: «¿Sabe lo que le digo? Que, a lo mejor..., lo mío no es cierto. Pero lo de las otras, a lo mepor, sí ... » Entonces, don Luis -el cura- se levantó muy contento, y dio a la niña unas palmaditas paternales en la espalda, mientras le decía: «¡Bien, Conchita, bien! Bien, bien, bien... » El doctor Piñal aprovechó inmediatamente el momento: -«¿Quieres firmar lo que acabas de decir?» -«Bueno», dijo Conchita; y escribió su nombre en el papel que le presentaron. -<<¿Pongo también los ape– llidos?» -«Sí, mejor». Maximina González, que no tendría reparo en jurar la verdad de cuanto antecede (y lo conoce bien, porque estuvo presente), no se atre– ve, en cambio, a sostener con juramento que el papel en que Con– chita estampó su firma estaba ¡en blanco!... 74. Pero está casi segura de ello. Y Aniceta lo afirma sin ningún titubeo. Y cree recordar, aunque en esto no está tan segura, que la firma de la niña iba en rojo. :ta cosa se ponía bien para los deseos de la Comisión o, al menos, de algún comisionado; y el doctor Piñal, ya del mejor talante, le dijo en– tonces a Conchita: «-Bueno, ahora que la cosa ya está arreglada, ahora que sabemos que todo "eso" no era verdad, dinos el mensaje». «-¡No! Eso no se lo puedo decir». Insistieron ellos con mucho forcejeo dialéctico... Y la niña se esca– bulló al fin con una salida muy de aldeanuca pasiega: «El caso es que, aunque quisiera, no · podría decírselo, porque me doy cuenta de que se me ha olvidado». La entrevista fue muy larga; aquí va sólo su mejor coptenido. 73 ¿Cómo extrañarse? La pobre hija de la aldea está ante un señor importante, en la deslumbrante Santander, tan distinta de su Garabandal; un señor que habla autoritariamente, como quien tiene poder para llevar adelante todo lo que dice... ¡Qué incalculables ·consecuencias podían derivarse para ella y para los suyos, de la actitud que entonces adoptara! 74 «Esto, Inés, ello se alaba: no es menester alaballo.» ¡Tremenda fuerza documental!, la de lo que luego escribieron en ese papel! ¿Es una de las decisivas pruebas anti-Garabal que guarda en sus archivos la Comisión?

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz