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122 que él no se acuerda con toda precisión, aunque sabe que fue por estas fechas; pero como coincidió allí con una importante y conocida auto– ridad nacional, y Sánchez-Ventura escribe que este día 3 había en el lugar de las apariciones «una autoridad de Madrid», saco la conclusión de que fue precisamente en ese día cuando don Manuel estuvo por segunda vez en Garabandal. Y esta vez, solo. De sus dos compañeros sacerdotes, uno, don Víctor López, había preferido dirigirse aquel mis– mo día a Santander, para conocer la opinión del administrador apos– tólico·, don Doroteo Fernández. Ese mismo día 3 de agosto, jueves, concluía la estancia de Con– chita en la capital montañesa, y se cerraba así un capítulo importante para la historia de «los sucesos», capítulo que había de pesar como una malaventura sobre el misterio de Garabandal. Turbio desenlace de un plan nada claro «Al cabo de ocho días, un señor intervino para traerme (al pueblo), y mi mamá me fue a buscar, y me vine,· su nombre es don Emilio del Valle Egocheaga: se lo tendré presente toda la vida» 69. Efectivamente, fue don Emilio del Valle 70 quien intervino para «re– patriar» a la que de algún modo podía considerarse como secuestrada en Santander (aunque, según parece, con mucho gusto natural de ella). Don Emilio, en Puente Nansa, contrató al taxista Fidelín Gómez, para que llevara a Santander 71 a Aniceta González, que iba acompañada de su hermana Maximina. Cuando ellas se presentaron en casa de don Luis González, todos quedaron sorprendidos de la inesperada visita. «-Venirnos a buscarte», dijeron las dos mujeres a Conchita, y ésta reaccionó con un vivo «¡No, no!» ... y sus ojos se humedecieron. Se ve que lo estaba pasando bien allí; aquellas vacaciones, tan insólitas para ella, la habían conquistado... 72 También don Luis y su hermana Anto– nina reaccionaron con evidente contrariedad: «Se enfadaron mucho de que fueran a buscar a Conchita». «-No, no me quiero ir», repitió Conchita; pero casi inmediatamente, sin más protesta, se fue a recoger sus cosas... 69 Diario, página 42. 70 Se trata de un señor de León, muy conocido en aquella ciudad y provincia; hombre de negocios, con participación en las minas de carbón de Santa Lucía (León), donde trabajó algún tiempo un hermano de Conchita. 71 Todos los gastos de este viaje corrieron por cuenta de don Emilio. 72 Para los que no acierten a comprender esto, para los «despistados» que se imaginan a las personas favorecidas por Dios, convertidas de golpe en seres abso– lutamente superiores y por encima de toda fragilidad o miseria, quiero reproducir aquí un texto de Santa Teresita del Niño Jesús, santa «angelical», si las ha habido; habla de aquel viaje gratísimo que le proporcionó su padre para que se acabara de reponer después de una extraña y penosa enfermedad: «Entonces empecé a conocer el mundo... Todo era gozo y felicidad en torno mío...; durante quince días no encontré más que flores en el camino de mi vida. La Sabiduría tiene razón en decir que "el hechizo de la vanidad pervierte al ánimo inocente" (IV, 12) ... ¡Confieso que aquella vida tuvo encantos para mí» («Historia de un alma», cap. IV).
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