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120 nmas. El rezo del rosario iba haciéndose sin novedad alguna; cuando de pronto, hacia el segundo misterio, se produjo un cierto estremeci– miento en las dos niñas y con el golpe típico que ya tantos conocían, quedaron .con la cabeza en alto y totalmente traspuestas. Don Manuel pudo observarlas a gusto y asegura que estaban de verdad extraor– dinarias. Como ellas siguieron dirigiendo el rosario desde su éxtasis, él se puso a hacer comprobaciones sobre su insensibilidad, inmovilidad, falta de reflejos normales en los ojos, etc. La más interesante prueba fue ésta: vio que las niñas no contaban las avemarías, ni por el rosario ni por los dedos, y entonces encargó a don Víctor que fuera controlando con toda exactitud el número de las que rezaban, para ver si el Gloria venía exactamente al final de cada decena; mientras, él iba haciendo lo posi– ble por confundirlas: en cualquier momento del misterio, se inclinaba sobre ellas y les decía fuerte al oído: «¡Gloria! ¡Gloria!. .. Decid ya el Gloria, .que ya van diez avemarías.» «Resultó inútil -me dice-; fueron diciendo todos los Glorias exac– tamente en el momento que correspondía, sin una sola equivocación. »Todo aquello, unido a lo de "las confesiones" de Loli, me dejó muy pensativo. Y bajé de Garabandal convencido de que allí había "algo"... , algo que iba a ser muy difícil de explicar con elementos puramente humanos o naturales.» * * * Como vemos, la falta de Conchita, que «influenciaba a las otras para todas aquellas cosas raras», no supuso ni apagón ni eclipse para los fepómenos de Garabandal. Antes al contrario, parece que éstos tomaron durante los días de su ausencia nuevos vuelos de frecuencia e importan– cia. Si se pudiera recoger minuciosamente toda la historia «maravillo– sa» de aquellos días, se llenarían muy fácilmente centenares y cente– nares de páginas. (Esperemos que pronto, abatidas ¡por fin! las innu– merables barreras anti-Garabandal que ahora tanto obstaculizan nues– tro trabajo, pueda acometerse la tarea de lograr el más extenso y de– purado fondo documental.) «En los días que estuve yo en Santander -escribió Conchita en su diario, página 43- había en el pueblo dos padres jesuitas: el P. Ramón María Andreu y el P. Luis María Andreu. Vinieron, como muchos, sin creer nada; y un día de éstos ... » Estos nombres ya nos son conocidos, porque ha habido que ade– lantar algún dato; pero es precisamente en estos finales de julio de 1961, concretamente el día 29, cuando entran en escena para la acción e historia de Garabandal estos dos hermanos religiosos, que tanto ha– bían de suponer para una y otra. Como muy pronto habrá que epfocar de lleno la atención sobre el segundo de ellos, vamos a dejar para el próximo capítulo, por no alargar demasiado éste, la cuenta de lo ocu– rrido en ese tan distinguido día 29 de julio; baste poner aquí un apunte esquemático 64 de lo que vivió Garabandal mientras en Santander los 64 Tomo este breve apunte del libro de Sánchez-Ventura, «Las Apariciones no son un mito», cap. VII, págs. 105-108.

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