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Se fue con prisas a la montaña 119 podía; la Virgen les había dicho que no se lo dijeran a padie hasta que llegara el día... Pero don Manuel acabó por doblegar aquella resistencia con estas palabras: «Te he dicho que tengo autoridad para preguntarte, y es voluntad de Dios que me lo digas todo; así que ¡obedece!» Entonces la niña, nerviosa y haden.do grandes esfuerzos, empezó a querer decir lo que se le mandaba... «Pero aquello fue asombroso -me dice don Manuel-: no logré en– tenderle ni una sola frase. Y no es que hablara bajo, ni se pusiera adrede a hablar de un modo ininteligible; es que se produjo en su habla un extrañísimo fenómeno; hasta entonces venía expresándose con toda normalidad, y yo la entendía perfectamente; pero en el punto de querer decirme "el secreto", como si ni sus labios ni su lengua respon– diesen a su voluntad, allí no hubo más que tartamudeos y como un revoltijo de sonidos. Yo ve.ía cómo se esforzaba por hacerse entender; pero no había modo de captar una palabra. "-:-¿Ve? -me dijo, al fin, con su claro hablar de siempre-. ¿Ve? La Virgen no quería que yo dijese esas cosas".» Aquel día había mucha gente en el pueblo, esperando la aparición, que se había anunciado para una hora imprecisa de la tarde. Transcu– rría el tiempo, que en la espera siempre se hace más largo... , y a cada hora que pasaba, la impaciencia iba ganando a más gente. Dos de las niñas -Loli y Jacinta- estaban en la casa de la abuela de Loli, jugando en la planta que tiene una balconada o «corredor» 62 a la plaza: desde ésta podían verlas los forasteros. Llegó un momento en que la impaciencia de la espera se hizo dema– siado viva, y Ceferino, importunado por unos y por otros, se fue donde las niñas, a ver qué pasaba... Estuvo con ellas en el interior, y al poco rato ya se las vio salir en éxtasis hacia la balconada. Allí estuvieron durante algún tiempo. Su actitud y sus gestos o movimientos eran ver– daderamente admirables (como sabemos que ocurría si(!mpre en los trances); pero me dice don Manuel que algunos adoptaron cierta actitud de escepticismo o desconfianza, por parecerles sospechosa aquella coin– cidencia de la subida de Ceferino con el comienzo del éxtasis 63 • Lo mejor vino después. Ya al oscurecer, fue el rosario en la iglesia, atestada de gente. Las dos niñas, normales, se arrodillaron delante, en la grada del mismo presbiterio, para dirigir desde allí el rosario, como se les había pedido. Don Manuel logró colocarse bien cerca de ellas, y de frente (teniendo el altar a sus espaldas), para que no se le escapara un detalle; y encontró puesto para don Víctor López al costado de las 62 Este «corredor», como se dice -que yo sepa- por tierras de Santander, León y Asturias, se extiende a todo lo ancho de la fachada y está siempre orientado, en lo posible, a mediodía. Sirve a los de la casa para tomar el aire o el sol (de aquí el nombre de «solana»), para contemplar la calle o el campo, y para poner a secar o curar ciertos productos de la tierra. 63 A él mismo, me dice, no le causó buena impresión, ¡y era lo primero que veía!; pero si esto fue como,..__un signo negativo, «después fui obteniendo bastantes pruebas de signo totalmente contrario». Yo creo que no es difícil encontrar una buena explicación para aquella coinci– dencia de la subida de Ceferino con el comienzo del éxtasis; y teniendo en cuenta lo que ya se ha dicho, cualquiera la puede hallar.

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