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118 recuerda perfectamente que Ceferino no estaba allí, sino en una bolera, jugando con otros hombres una partida de bolos, a los que tan aficio– nados son en los pueblos de la Montaña; su mujer, Julia, preparaba comidas: estaba friendo filetes. Don Manuel iba decidido a informarse bien de lo que allí ocurría, y sabiendo ya que la chica de Ceferino, Mari Loli, era por entonces la de mayor frecuencia de «cosas», buscó por todos los medios el hablar a solas con ella. Se le mandó recado al pa– dre, para que viniese a dar su permiso; pero él, a quien tenían ya harto las preguntas, las solicitudes y los atrevimientos de tantos visitantes, ni hizo caso, ni interrumpió su partida. Mas don Manuel no cejó en su empeño, dando a entender, sin revelar su identidad, que era un ·sacerdote de relieve, que venía con una misión y que tenían motivos o poderes para lo que pretendía. Al fin, se presen– tó Ceferino, y autorizó la entrevista con Loli. Tuvo lugar en una pieza de la vieja y rústica casa, mientras los de– más comían en las mesas de la taberna. Teniendo delante a Loli, que era «más bien pequeña para su edad», don Manuel, aun tratando de de inspirarle confianza, se afirmó en su talante autoritario, como de quien tiene títulos para exigir, y le dijo que tendría que explicarle todo, especialmente lo del comienzo, cómo había empezado aquello..., porque él estaba allí por algo muy importante, y luego había de informar 6 1. La niña, creyéndose ante un personaje, que había ido para some– terla a interrogatorio, fue contestando a todas sus preguntas y dando cuantas explicaciones solicitaba... Especialmente, sobre el comienzo de todo aquello en la tarde del 18 de junio. Don Manuel, que no conoce el diario de Conchita ni apenas sabe de Garabandal más que lo que él vivió, me refiere lo que Loli le dijo sobre «el principio», y puedo ates– tiguar que coincide sustancialmente con la versión que Conchita nos da en su diario y que yo he seguido en esta historia; sólo hay pequeñas diferencias de detalle, como ocurre con cualquier suceso cuando son varios los testigos que dan sobre él su versión. Lo que más le impresionaba a don Manuel, escuchando a Loli, era su aire de absoluta sinceridad: ésta le salía por los ojos y vibraba en todas sus palabras. Evidentemente, en el comienzo de todo aquello no había habido pre– paración ni amaño de ninguna clase. Las niñas se encontraron de pron– to con algo que nunca hubieran podido soñar, y que las dejó en total desconcierto: de aquí, aquel su refugiarse cabe los muros o en el interior de la iglesia. Para don Manuel Antón, todo esto resulta un signo positivo de gran valor. Loli llegó en su relato a las apariciones de la Virgen: Ella les había dicho muchas cosas... ; unas las podían decir a la gente, pero otras no, porque «eran un secreto». Entonces don Manuel la interrumpió: «A mí tendrás que decírmelo todo, porque yo tengo derecho a saberlo, no soy un cualquiera». La niña se cerraba en su resistencia: no podía, no 61 Me dice don Manuel que él tenía tanto empeño por saber auténticamente cómo habían empezado «los sucesos», porque en estas cosas, nada como ver el origen, para poder juzgar si en ellas ha habido amaño o se deben realmente a algo externo e imprevisto.
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