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116 Y todos me decían que estaba bien, y que esto de las apariciones era un sueño. Y decían que me dejaran allí en Santander, para que me distra– jera, para que se me olvidara todo y no volviera a tener más apariciones». Como se ve, los «comisionados» empezaron en seguida, y con todo celo, la observación y estudio del caso Conchita. Por mucho que hur– garon en la constitución y psicología de la niña, nada pudieron descu– brir que diera base para un diagnóstico de enfermedad o anormalidad... Pero algo había que decir, si no se quería dar por inexplicables las cosas que le pasaban, algo había que hacer,· y dijeron que tales cosas eran irreales: fantasías, sueños, alucinación; e hicieron un plan de trata– miento: que se quedara en Santander y entrara de lleno en un buen ambiente de «distracción», para que se le fueran pronto de la cabeza todas aquellas cosas raras. El tono y las palabras de los señores consultados hicieron impacto en el ánimo de Aniceta: «Entonces, mi mamá, como quedó tan convencida de que no era nada (lo mío), con todo lo que le dijeron los médicos, me dejó (en San– tander), y ella se marchó». El «tratamiento» para «curar» a Conchita era muy adecuado: «Unas sobrinas y una hermana del P. Odriozola me iban a buscar todos los días a casa, para ir a la playa, y a las ferias, lo que yo hasta el presente nunca había visto» 57. Podemos imaginarnos el efecto de deslumbramiento y turbación que todo aquello «nunca visto», ni siquiera imaginado, hubo de causar en la pobre hija de la montaña, a punto de adolescencia, de tan despierta sensibilidad, y arrancada bruscamente de su propio ambiente rural, sencillísimo y austero. El encanto del Sardinero, con sus playas inva– didas de una multitud semidesnuda, ociosa y entregada al goce... ; las casetas de la feria ss, con espectáculos, entretenimientos y sorpresas que nunca asomaban por las aldeas... (un sacerdote diocesano me ha asegu– rado en carta que a Conchita se la llevó incluso a casetas de nigro– mantes). ¿Cómo la niña de Garabandal no iba a sentirse fortísimamente impresionada, y como zambullida de golpe en una placentera disipación? Sacudida así por tantas y tan insólitas experiencias, hubiera sido un milagro que mantuviese el espíritu sereno y limpio, en forma, para La peluquera notó algo raro en aquellas trenzas; es decir, que le fue difícil cor– tarlas. De ahí, aquello de que en el pelo -decían- tendría una extraña fuerza. sobre o hacia las otras niñas.» Parece la historia de Sansón reeditada; y es que en la vida nunca se acaban las sorpresas. SI Parece que en el tratamiento de Conchita a base de «distracciones» no cola– boraron sólo la hermana y sobrinas del señor Odriozola, alma de la Comisión, sino también la hermana del Rvdo. don Luis, Antonia González López. Estoy seguro de que ambas mujeres lo hacían con la mejor voluntad, persuadi– das de que llevaban a cabo una buena obra. Aunque no todos admiten tan fácil– mente eso de la buena fe de los encargados de «curar» a Conchita.. . Uno de los puntos del «tratamiento» era apartar a la niña de las prácticas de piedad: Aniceta, que permaneció unos días con ella en Santander, estaba molesta y preocupada al ver que ni un solo día -quizá ni siquiera el domingo- díeron proporción a la pequeña para que asistiera a misa. S8 Santander tenía que estar por aquellos días extraordinariamente «animado», pues, aparte del veraneo en pleno crescendo, se tentan entonces las ferias, «ferias de Santiago,. (su fiesta, de precepto en toda España, es el 25 de julio) .

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