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114 de Garabandal, y una de sus calles, quizá la más tradicional y típica 53, hubo de presenciar lo que seguramente no había presenciado nu11ca en toda su existencia. «El primer día que fui (a Santander), tuve aparición junto a una iglesia que llaman de la Consolación; y estaba allí mucha gente: tuvie– ron que intervenir los de la Policía Armada 54 , de tanta gente que había... Ese día hicieron varias pruebas conmigo; y cuando se terminó la aparición, me metieron en una oficina con un sacerdote y un médico, a preguntarme cosas ... El sacerdote se llama don Francisco Odriozola, y el médico, el doctor Piñal». Podemos imaginarnos el revuelo que se armaría e.n una calle de bastante movimiento, al darse cuenta la gente del inusitado espectáculo: una niña, caída de rodillas, totalmente transfigurada y absorta hacia algo que pasaba por encima de ella... , y a su lado, una pobre mujer de pueblo, nerviosa, desconcertada, sin saber qué hacer. Las carreras, la aglomeración y el barullo determinaron la intervención de esos guardias que dice Conchita, cuyo cuartel estaba precisamente en la misma calle. De los primeros en enterarse de lo que ocurría serían los curas de aquella iglesia parroquial, entre los que estaba precisamente don Luis González López (entonces coadjutor, posteriormente párroco), que había arreglado el viaje de la niña y cargado con la responsabilidad de velar por ella. Pasaron inmediatamente aviso a los señores Odriozola y Piñal; y tan pronto como finalizó el trance, Conchita se encontró ante ellos en una oficina o despacho de la casa parroquial. «Me decían: que cómo habia hecho esas cosas..., que estaba loca..., que estaba engañando al mundo de esa manera...» No sabemos si los dos «comisionados» se desahogaban así por sim– ple táctica, o porque estuviesen del todo cerrados a la posibilidad de que ·aquello viniese de una causa superior. Hay motivos -luego sal– drán- para creer que se trataba más bien de esto último. Después de las preguntas y de los apóstrofes, vinieron otros números más divertidos: 53 La llamada Calle Alta, por su situación, y que ha quedado inmortalizada por ciertas páginas de literatura montañesa. Es de las pocas calles que quedan del San– tander histórico, después del terrible incendio del 16 de febrero de 1941. 54 Dos cuerpos de guardias velan en España por el orden público: la Guardia Civil (uniforme verdoso) y la Policía Armada (uniforme gris). Esta última es la que actúa en las capitales de provincia y poblaciones mayores. Sabemos que este éxtasis de Conchita fue «muy bonito»: de rodillas y con la cabeza muy echada hacia atrás. Los que la pudieron contemplar, estaban asombra– dos... Para quitar aquel espectáculo de la vía pública, entre unos cuantos hom– bres, tomándola por brazos y piernas, la nevaron a la oficina o despacho parroquial. Ocurrió el éxtasis a las nueve de aquella misma tarde de su llegada, la hora en que las otras de Garabandal tenían su aparición en los Pinos. Poco antes de aquella hora, Aniceta, con la larga experiencia de las tardes de Garabandal, andaba ya ·nerviosa por si le venía algo a la niña... Don Luis la tran– quilizó, asegurándole que allí ¡en Santander! no sucedería nada, que no se preocu– para así por Conchita. .. Cuando se dieron cuenta, ¡la niña estaba ya en éxtasis, rodeada de curiosos ante las puertas de la iglesia!

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