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Se fue con prisas a la montaña 113 cine, aunque habían pasado por delante de uno en Torrelavega 49 , «que era una casa» ... Naturalmente, Conchita no podía olvidar el encargo de su madre: «Ese mismo día le pregunté yo a la Virgen que si me dejaba ir a Santander, y ella no me lo quitó» .so. Resulta muy expresivo este «.Ella no me lo quitó». No hubo aproba– ción expresa, ni mucho menos calurosa. Debió de ser por parte de la Virgen como un encogerse de hombros, un dejar hacer sin interposición de veto. Al fin, los espectadores más próximos oyeron decir a las niñas: «-¿Una hora ya? ¡Qué va! ¡Medio minutín!. .. ¿Una hora y cuarto? ¡No, medio minutín!. .. Pero será como Tú dices, porque Tú. no mien– tes... ¡Ah! Una hora y veinticinco minutos». Los espectadores comprobaron por sus relojes la exactitud del tiem– po que se decía. Las niñas lanzaron besos al aire, y abrieron y cerraron la mano con gesto expresivo de despedida. De golpe, como en el caso de unos focos a los que quitan súbitamente la corriente, las cuatro baja– ron a la vez vista y cabeza, y quedaron en estado o expresión de abso– luta normalidad. «Vamos a rezar el rosario», dijeron. Y así acabó una jornada interesante en la extraodinaria historia de Garabandal. No sabemos si Conchita durmió mucho aquella noche s1. Como la Virgen no se oponía, Aniceta decidió en firme el viaje a Santander: irían al día siguiente. Y la niña tuvo que sentir una inquieta emoción: aquello era muy fuera de lo corriente en su vida, iba a conocer por fin la bella e importante población de la que tanto oía hablar, iba a ver cosas nunca vistas... ; pero allí la esperaban también unos señores que pensaban no sé qué de ella, y no podía imaginarse cómo la iban a tra– tar, ni lo que podrían hacer... Lo que oscuramente entendía sobre el motivo de su viaje, no era para dar tranquilidad: «Me querían llevar a Santander, porque decían que yo era la que obsesionaba a las otras... Me llevaban para hacer pruebas». Amaneció el día 27 de julio. Aniceta despachó temprano las labores más urgentes de la casa, y acabó de preparar las cosas que habían de llevar. Puesta ya en marcha con la hija, le hubiera gustado encontrar desiertas las calles del pueblo, por no tener que dar explicaciones 52 ••• Con la llegada de Conchita a Santander, se extendieron a la capital montañesa, bastante anegada ya en frivolidad veraniega, las maravillas 49 La más importante población de la provincia, después de la capital. Tenía y tiene mucha vida, no sólo por sus industrias, sino también por sus ferias de ga– nado vacuno. No es de extrañar que las niñas hubieran estado ya allí, pues las gentes de la parte occidenal de la Montaña van más para sus cosas a Torrelaveg¡¡., que al mismo Santander, que les cae más lejos. 50 Diario, página 40. st El día 28 de julio anotó don Valentín: «Se march<, Conchlta a Santander, de acuerdo con el señor obispo. Ella dijo que quería quedarse; pero que si la llevaban, se iba tranquila.» 52 Las viajeras salieron del pueblo hacia las doce y media del mediodía, andando, para tomar en Cossío el autobús de la línea Polaciones-Pesués. En Pesués, est~ción del ferrocarril Cantábrico (de vía estrecha, que enlaza San– tander con Asturias), don Luis González, que las acompañaba, sacó tres billetes de <;:!ase «preferente», y subieron a un tren procedente de Oviedo, que les puso a buena hora de la tarde en la capital montañesa. ·
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