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Se fue con prisas a la montaña 63 Por eso, a ellas no se les va a ocurrir mmca, frente a las disposi– ciones de sus mayores «en edad, dignidad o gc•bierno», esas razones que por lo visto «valen» tanto para sacudirse cuaAuier molesta disciplina: «No nos comprendéis. Sois ya de otro siglo. Hay que acabar con todas las actitudes paternalistas ... » Ellas obedecerán, cumplirán, y ofrecerán. Saben, que a Dios se va por el camino de la renuncia y del sacrificio; que importa más el que– hacer o «deber» de cada día, tantas veces poco grato, que cualquier cosa... aunque sea tener ratos de paraíso como los de la Calleja. «Nosotras, a nuestra vida corriente: hacer lo que nuestros padres nos mandaban.» ¡Soberana lección! . Pero el DEBER no ocupaba todas las horas del día. «Por la tarde, en cuanto salimos de la escuela (salían a las cinco), como habíamos pasado muy feliz el domingo, día 2, y ya teníamos mu– chas ganas de volver a verla (a la Virgen), nos fuimos allá (a la Calleja) y nos pusimos a rezar el rosario. Estábamos solas. Y ya cuando terminamos y no la vimos, pues no dijimos nada; no nos extrañó ni nos pusimos tristes: ¡como sier>ipre venía más tarde! En vista de que no vino entonces, nos fuimos para r.uestras casas e hici– mos lo que nos mandaron en casa.» Unos misteriosos avisos «Cuando se aproximaba la hora del domingo, primer día que vimos a la Virgen, nos dijeron nuestros padres, que ya lo creían más: "Ya tendréis que ir a rezar el rosario al cuadro". Y nosotras les decíamos: "Es que todavía no nos ha llamado". Y ellos se quedar,on pensando ... y decían: "Pero, ¿cómo, llamaros?" Y nosotras se !o contamos, que era como una voz interior, pero que no la oíamos con los oídos, ni oíamos llamar por nuestro nombre. Es una ALEGRIA s. Son tres llamadas: la primera es una alegría más pequeña; la se– gunda ya es algo mayor; pero a la tercera, ya nos ponemos muy ner– viosas y con mucha alegría, y entonces ¡ya viene! Nosqtras íbamos a la de dos llamadas, parque si íbamos a la primera, teníamos que esperar allí hasta muy tarde, porque de la primera a !a segunda tarda mucho.» Aquí sale por primera vez uno de los fenómenos más admirables, más extraños y más propios de Garabandal: las «llamadas» interiores de las videntes. Conchita adelanta en este momento de nuestra histo– ria unas explicaciones que sólo son fruto de larga experiencia posterior. Para mejor comprensión de dicho fenómeno, voy a transcribir lo que decía en un informe de los primeros tiempos el P. Ramón María An- 5 Aquí la adolescente Conchita trata de explicar con su pobre léxico lo que no hay lenguaje humano que pueda expresar bien; no acierta a decirnos lo que son en sí las «llamadas», y apunta como puede algunos de sus efectos. Estamos ante un caso de comunicación directa de Dios al alma, sin mediación de signos ni len– guaje. La intimidad del alma se estremece maravillosamente con el soplo divino que le llega, y queda llena de luz, certeza, disponibilidad y alegría hacia Dios, o la Virgen, que llama.
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